jueves, 31 de diciembre de 2009

MÉXICO 2000-2009: La década perdida








El fin de la primera década del siglo XXI exige una reflexión profunda de los principales acontecimientos en la vida política del México contemporáneo.

Lo que se presagiaba en el año 2000 podría ser el inicio de una nueva era en la historia de nuestra amada patria, se convirtió en uno de los desperdicios más costosos para la población mexicana: la elección de Vicente Fox a la presidencia de la República. Como señalo en mi artículo “MÉXICO: A 9 años de la alternancia, Estado-nación sin rumbo”, la elección del guanajuatense pudo representar el evento capital en la reconfiguración del Estado Mexicano, tras cerca de 70 años de un sistema político unipartidista y monopolizador de la vida nacional. Las esperanzas estaban cifradas en él, su victoria fue incuestionable: parecíamos alcanzar finalmente la ansiada democracia.

Sin embargo, en su momento, la izquierda advirtió de lo que se había fraguado el 6 de julio del año 2000: un pacto entre la derecha, representada por el Partido Acción Nacional, y el partido hegemónico, emanado supuestamente de la Revolución Mexicana, el PRI. Este pacto político tenía como objetivo nodal eternizar en el poder a la cúpula política guardiana de los intereses de la rancia oligarquía mexicana, así como los intereses de las grandes corporaciones internacionales asentadas en este país. Vicente Fox se convirtió pues en el artífice de este pacto entre las elites políticas y económicas dominantes: ese terminó siendo su papel en la historia contemporánea nacional.

Baste recordar que durante la presidencia de Fox los niveles de crecimiento económico bruto fueron tan bajos como en periodos de las crisis de 1982 y 1995. Que durante su gobierno se desatendieron rubros tan importantes como la educación y el problema cardinal de nuestro país: el combate a la pobreza. En este punto, Vicente Fox puso en marcha un programa gubernamental llamado “Oportunidades”, (nombrado en primera instancia “Progresa”) el cual tenía como noble propósito combatir los altos niveles de pobreza que existían en nuestro país. Sin embargo, aunque no se debe despreciar el apoyo real que ha dado a miles de familias mexicanas, el programa “Oportunidades”, no es lo que verdaderamente México necesita para resolver este acuciante problema nacional. En realidad, fue una política fallida, que lo único que se proponía era hacer publicidad al gobierno federal, pretendiendo que se estaba trabajando en el combate a la pobreza. Los recientes números de la CEPAL comprueban mi aserto anterior: al final de la primera década del siglo XXI México es el país de Latinoamérica en donde más ha crecido la pobreza extrema. ¿Funcionó “Oportunidades”? (véase el informe en http://www.eclac.org/publicaciones/xml/9/37839/PSE2009-Cap-I-pobreza.pdf)

En cuanto al rubro educacional se refiere, la década de 2000-2009 consolidó un fenómeno que se venía dando en los sexenios anteriores: el control de la educación nacional por parte del poderoso Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Dicha situación se agudizó tras el papel que jugó este organismo sindical durante las elecciones presidenciales del año 2006. Su líder, la nefasta, corrupta y aciaga Elba Esther Gordillo, equilibró la balanza definitivamente a favor del candidato presidencial del PAN. El resultado fue la inacción de la Secretaria de Educación Pública en el intento de reforma educativa conocida como Alianza por la Calidad de la Educación, cuya implementación ha dependido de los intereses del Sindicato y no de las prioridades que debiera tener el Estado Mexicano en una verdadera refundación del sistema educativo a nivel nacional. Es lamentable que México ocupe el último lugar en desarrollo educativo de los países de la OCDE, como el último informe de esta organización señala. (véase el informe en http://www.olis.oecd.org/olis/2009doc.nsf/LinkTo/NT00006C86/$FILE/JT03273387.PDF)

En cuanto al rubro de transparencia se refiere, durante los gobiernos de la década conocida en términos políticamente correctos como de la “alternancia,” se mejoró a comparación de las décadas de gobiernos priístas en el poder. En este sentido, la creación del IFAI por Vicente Fox, significó el primer paso para liberar información concerniente a la administración de las finanzas y contabilidad públicas. Fue un buen paso, no obstante, una vez más como en la mayoría de los programas impulsados por los gobiernos federales de esta década, el Instituto Federal de Acceso a la Información Pública (IFAI) sirvió para crear una atmósfera de confiabilidad en los manejos del gobierno, mientras al mismo tiempo se ocultaba a la población la cantidad inmensa de contratos que el gobierno federal hacía con empresas privadas en sectores estratégicos como la electricidad, el petróleo y la minería. Además de que se trataba de mantener la serie de concesiones ventajosas a favor de familiares de los miembros de la cúpula política y económica. Recordemos el escándalo de los contratos de los hermanos Bribiesca para sostener el anterior aserto.

Ahora bien, la situación económica es sin lugar a dudas el rubro en el que los gobiernos del 2000-2009 mostraron más su ineficacia. La continuidad del neoliberalismo emanado del Consenso de Washington, inaugurado en el plano oficial con la entrada del México al GATT en 1985 y concretado con la implementación del ominoso TLCAN en 1994, significó en términos generales en la profundización de la pobreza a escala nacional. El neoliberalismo, al contrario de lo pensado por la cúpula priísta a partir del gobierno de Miguel de la Madrid, no resultó ser una política económica eficaz para un país con profundas diferencias sociales. Funcionó hasta cierto punto en las economías fuertes de Occidente, pero en las naciones subdesarrolladas y con altos índices de pobreza lo único que significó fue la agudización de la diferenciación social.

No es de extrañarse, entonces, las declaraciones recientemente hechas por el premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz, quien señaló que México fue uno de los países que peor supo manejar la reciente crisis económica global. No es menester ser un experto en economía para confirmar la declaración del premio Nóbel, por cierto rechazada por el ex Secretario de Hacienda Agustín Carsents. Es suficiente con saber algo de teoría económica para saber que cuando hay una crisis económica se deben recortar los impuestos y aumentar el gasto corriente, tal como lo afirma el gran economista británico John Maynard Keynes en su obra Teoría general del trabajo, interés y dinero. Dicho modelo de intervencionismo del Estado en la economía sirvió para mitigar grandes crisis económicas en la historia del siglo XX. Recordemos cómo Franklin Delano Roosevelt enfrentó el desastre en la economía estadounidense, provocado por la desregularización financiera impulsada por los gobiernos republicanos de Warren Harding a Herbert Hoover. O, más recientemente, como Barack Obama ha decidido seguir estos mismos patrones para tratar de resolver la reciente crisis sistémica del capitalismo global. En México fue totalmente lo contrario: se subieron y crearon nuevos impuestos, se detuvo el gasto corriente, además de que se aumentaron precios de productos básicos como la tortilla, el azúcar y la gasolina.

Ahora bien, un punto sensible en que los gobiernos de la década 2000-2009 intentaron innovar fue la cuestión energética, principalmente en materia de petróleo. La reforma propuesta por Felipe Calderón resultó ser ineficaz, oscura y superficial. La lógica del liderazgo neoliberal en el poder es que los energéticos deberían de estar privatizados. No se puso de manifiesto de manera descarada, pero los propósitos de la reforma tenían muchos afanes privatizadores, como la participación de privados en la comercialización, la refinación, la transportación y la exploración del petróleo nacional lo pueden demostrar. La cúpula en el poder no se da cuenta del fenómeno global en materia energética: la renacionalización y estatización de los recursos energéticos. Las compañías petroleras de mayor capacidad y volumen no son precisamente las transnacionales estadounidenses, británicas o españolas, sino aquellas compañías estatales como ARAMCO (Arabia Saudita), NIOC (Irán), CINOPEC (China), entre otras. Así pues, los dirigentes de la empresa estatal mexicana, en lugar de seguir preocupándose por su ineficiencia, deberían de ponerse a trabajar para hacerla regresar a los primeros lugares en los listados de las empresas petroleras. La reforma debería comenzar con limpiar el sindicato petrolero de la enorme corrupción concentrada en la figura de Carlos Romero Deschamps. Empero, luce complicado que Calderón se comprometa a dicha tarea, pues paradójicamente el PAN, que tanto se quejó de la política charrista del PRI, sigue continuando con esta vieja práctica, haciendo de los sindicatos cómodos parte nodal de su mantenimiento en el poder.

La década de 2000-2009 se caracterizó asimismo por la gradual pérdida de poder del gobierno federal ante los gobiernos estatales. Los gobernadores han adquirido cada vez más poder, recuperando el terreno perdido tras décadas de presidencialismo omnipotente del PRI. Esta característica dentro del sistema político nacional, hace pensar en la necesidad de definir cuál es el sistema político que necesita México: ¿un semipresidencialismo?¿una república parlamentaria?¿regresar al presidencialismo, pero ahora de manera consensuada con el Congreso y los gobiernos estatales?

El presente representante del Ejecutivo no se ha dado a la tarea de definir tal interrogante, tan necesaria para el correcto funcionamiento de nuestras instituciones, la eficacia de nuestras leyes y la verdadera representación de las mayorías. Sólo lanza propuestas mediáticas y sin sentido, como la reelección de alcaldes y diputados, cuyo verdadero propósito es perpetrar a la clase política priísta y panista en el poder. En este punto, uno de los mayores pecados de la derecha en el poder durante esta década es la gran indiferencia que ha mostrado frente a la Reforma del Estado, apoyada principalmente por la izquierda legislativa. La Reforma del Estado es una iniciativa que pretendía reformar las instituciones políticas en aras de acercar los dos componentes vivos del Estado-nación, es decir, la población y el gobierno. En pocas palabras, lo que se busca es la refundación de un Estado Mexicano cada vez más ineficiente, atado a los mandamientos de los liderazgos políticos dominantes, cuyos intereses con otras entidades no estatales ocasionan severos daños al buen funcionamiento de las instituciones, afectando de manera considerable a la mayoría de la población.

Otra oportuna interrogante que no puede escapar a este análisis es ¿qué nos dejó la década de 2000-2009 en materia de política exterior?

México durante el siglo XX se caracterizó por ser un país vanguardia en política internacional. Fuimos sin lugar a dudas la principal potencia de América Latina. Participamos activamente en el liderazgo de los países no alineados durante la Guerra Fría. Organizamos importantes cumbres internacionales en donde los principios de política exterior de no intervención y autodeterminación, enunciados en la Doctrina Carranza, eran política de Estado. México participaba como nación líder en la resolución de conflictos en la esfera latinoamericana, basta recordar nuestro papel en la crisis centroamericana de los 70 y la subsiguiente creación del Grupo Contadora a iniciativa de nuestro país. En suma, sin ser una potencia a escala global, México era incuestionablemente el país de vanguardia en Latinoamérica. Incluso, esta política exterior se mantuvo con los gobiernos neoliberales de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Si bien es cierto que durante estos dos sexenios, nuestra política exterior comenzó a adoptar otro tipo de discurso: como el de la apertura comercial en el caso de Salinas y la democratización en el caso de Zedillo, México continuaba siendo un país hasta cierto punto congruente con nuestros pilares básicos en materia de política exterior.

Sin embargo, toda la presencia e importancia que tuvo México en el ámbito latinoamericano y mundial bajo los regímenes priístas, se revirtió con la llegada de la derecha al poder en el año 2000. El episodio más conocido fue aquel suscitado en Monterrey con las infortunadas declaraciones de Fox a la figura del líder cubano Fidel Castro. Así, México, que había sido tradicional defensor del gobierno cubano emanado de la Revolución de 1959, traicionó de manera flagrante los principios de no intervención y autodeterminación, cuando en las votaciones llevadas a cabo en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU cambió por primera vez en su historia su votación en cuanto a la situación de derechos humanos en Cuba se refiere. Dicha conducta tiene una explicación en la enorme presión que Estados Unidos infringió en México, dominando todos los aspectos de nuestra política exterior, y perdiendo la poca independencia que habíamos tenido durante el régimen priísta.

Consciente de la necesidad de enmendar la plana, Felipe Calderón decidió cambiar de rumbo y mejorar la relación con Cuba. Fue elegido un miembro del Servicio Exterior Mexicano (SEM) para dirigir la Secretaria de Relaciones Exteriores, lo cual fue celebrable. Con esta medida se esperaba hacer más funcional nuestra política exterior, pero en realidad, la acción de Patricia Espinosa al frente de la Cancillería ha sido tibia y mediocre. Ciertamente, se ha mejorado y aumentado el SEM, empero, se sigue con la vieja práctica de nombrar embajadores políticos, sin conocimiento alguno de la realidad internacional y el papel que México debe tener en ella. La designación de Jorge Zermeño como embajador de México en España, así como el reciente nombramiento del oscuro ex procurador Eduardo Medina Mora como embajador de México en Gran Bretaña, son hechos lamentables que restan credibilidad a México en el exterior.

Asimismo, dos recientes episodios son muestra de la pérdida de acción del Estado Mexicano en el exterior: la implementación de visas para los mexicanos por parte del gobierno de Canadá y la crisis en Honduras. Con respecto al primer punto, México mostró impotencia ante la imposición unilateral de visas por parte de nuestro socio de Norteamérica. Fuimos incapaces de responder de manera enérgica ante semejante imposición. Por su parte, la crisis de Honduras es el episodio que más representa la pérdida de poder de México en el exterior, y lo peor de todo, es que se trata de un área en donde México siempre fue indiscutible protagonista, como en el caso de Contadora en los 80. Fue en esta ocasión Brasil el país que asumió el liderazgo para la negociación del conflicto originado por el golpe de Estado de la derecha hondureña. Así pues, la crisis de Honduras representó el nuevo equilibrio de fuerzas de América Latina, con un Brasil líder indiscutible de la región y muy presente en los principales foros internacionales, mientras que por su parte México cada día se ha rezagado más. Por lo tanto, salvo el buen papel que recientemente tuvimos en la cumbre climática de Copenhaguen, que de hecho no es novedad pues nuestro país siempre ha sido impulsor de políticas a nivel mundial para combatir el medio ambiente, México se perfila progresivamente hacia una pérdida de prestigio, influencia y presencia en la escena global.

De todos los aspectos de los gobiernos federales de la década 2000-2009, el narcotráfico resulta ser el peor manejado por Fox y Calderón. El primero, de plano hizo caso omiso al problema, simplemente lo dejó continuar e intentó distraer a la población con otras acciones gubernamentales que tuvieron poca trascendencia para el mejoramiento de las condiciones de vida del país. De hecho, el mismo Calderón mencionó hace algunos meses que su antecesor había pecado de inacción frente a este importante problema.

En cuanto al actual ejecutivo se refiere, su llamada guerra contra el narcotráfico ha resultado en un estrepitoso fracaso de magnas proporciones. De 2006 a la fecha han muerto aproximadamente más de 23, 000 personas a causa del combate armado que emprendió Calderón al poco tiempo de asumir la Presidencia en julio de ese mismo año. Estas cifras rebasan por mucho a las bajas estadounidenses en las actuales guerras de Irak y Afganistán juntas. Su política se ha centrado en enviar miles de soldados a los estados en donde más existe este problema: 45, 000 militares y 20,000 agentes de la Policía Federal, dando un total de 65,000 hombres armados, cifra que es casi comparable con el total de soldados estadounidenses en Afganistán. De esa magnitud estamos hablando.

Asimismo, dentro de este marco Calderón propuso la Iniciativa Mérida, cuyo carácter es similar al Plan Colombia. En esta Iniciativa se pide ayuda a EU para lidiar con este preocupante problema, sacrificando soberanía nacional, dado que dentro de los postulados de este programa de asistencia está implícita la entrada a México de cientos de agentes estadounidenses, con derechos extraconstitucionales. Así pues, en términos generales la guerra de Calderón contra el narcotráfico ha resultado en una verdadera carnicería y en la militarización de varios estados de la República. Además, se han cometido flagrantes violaciones de derechos humanos por parte del Ejército, al grado de que organizaciones internacionales como Amnistía Internacional denunciaran al Estado mexicano de ser cómplice en los abusos a la población civil. (Véase http://amnistia.mx/abusosmilitares/informe.pdf)

Al igual que todos los programas implementados tanto por su gobierno como el de Fox, la guerra contra el narcotráfico es un intento más de hacer creer a la población que se está haciendo algo para resolver este problema. Ciertamente, se han detenido numerosos narcotraficantes, decomisado grandes cantidades de droga e incluso asesinado a importantes líderes como Arturo Beltrán Leyva, pero en realidad se está afrontando esta cuestión de manera superficial; pues la mejoría de la educación, la creación de empleos y la lucha contra la corrupción en las instituciones judiciales, que deberían ser las verdaderas armas contra el narco, son temas en los que Calderón no se ha querido comprometer en lo absoluto.

Podría continuar este texto enumerando lo que ha dejado 10 años de derecha en el poder en México, sin embargo, basta concluir señalando la gran cantidad de violaciones a nuestra Carta Magna que se han cometido a lo largo de estos años. El último ejemplo fue la extinción de la compañía estatal Luz y Fuerza del Centro, cuyo decreto de extinción viola explícitamente el artículo 89º de la Constitución, en donde se dice que el Presidente podrá “promulgar y ejecutar las leyes que expida el Congreso de la Unión, proveyendo en la esfera administrativa a su exacta observancia.” Calderón cínicamente citó al comienzo de su decreto este artículo, cuando en realidad no se tomó la molestia de consultar al Congreso de la Unión de esta decision, violando asimismo, el artículo 90º de nuestra Carta Magna en el que se establece que la administración pública federal, de acuerdo con las leyes expedidas por el Congreso “definirá las bases generales de creación de las entidades paraestatales y la intervención del Ejecutivo Federal en su operación”. Huelga decir que Calderón, además viola el artículo 87º de la Constitución en el que se establece que el Presidente deberá hacer la siguiente declaración al tomar posesión de su cargo: “protesto guardar y hacer guardar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y las leyes que de ella emanen, y desempeñar leal y patrióticamente el cargo de Presidente de la República que el pueblo me ha conferido, mirando en todo por el bien y prosperidad de la Unión; y si así no lo hiciere que la Nación me lo demande”. La pregunta sería ¿Lo hizo Fox y lo ha hecho Calderón hasta el momento? Los hechos demuestran que no.

En suma, la década de 2000-2009 ha sido un periodo en el cual la cúpula política gobernante ha recrudecido su avaricia y su afán desmedido de poder. Un periodo en el que se ha aumentado estrepitosamente el número de pobres y la diferenciación social. Un periodo en que la educación de nuestros niños es cada día más deficiente. Un periodo en el que México ha perdido liderzgo internacional y regional. Un periodo en el que han muerto miles de inocentes en una guerra fallida contra el narcotráfico y en el que se han cometido numerosos atropellos a los derechos humanos de la ciudadanía. Un periodo en la que se han implementado políticas fiscales medianas, cuyo impacto se refleja en las clases más bajas y en los sectores medios de nuestro país, mientras los grandes corporativos siguen pagando cantidades miserables de impuestos. Un periodo en el que la derecha ha contradicho sus ideales y se ha montado en sindicatos cómodos para mantenerse en el poder, como el SNTE y el SNTPRM, mientras que desecha aquellos que le resulta incómodos como el SME. Un periodo en el que la izquierda ha puesto en primer término sus intereses partidistas y personales, en lugar del interés nacional.

Por consiguiente, no es exagerado concluir este texto mencionando que el periodo que acaba de finalizar ha sido una década perdida en la historia de México. En donde las oportunidades de cambio se han convertido en peores pesadillas y en donde las ilusiones de millones de mexicanos se han esfumado hacia el vacio más profundo de los vientos, tierras y mares de esta amada patria.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

¿Qué celebra Europa y el mundo a 20 años de la caída del Muro de Berlín?




Para la historia de bronce el 9 de noviembre de 1989 cayó oficialmente el Muro de Berlín. En realidad desde meses antes el Muro había comenzado a caer y no fue sino hasta meses después cuando finalmente se unificaría Alemania. Pero bueno, tomemos el 9 de noviembre como punto de partida.

El típico discurso de lo que pasó ese día es el siguiente: “con la caída del Muro de Berlín finalmente el hombre alcanzó la ansiada libertad. El bien le ganó al mal. Desapareció un pérfido sistema que sometía al hombre a vivir en condiciones deplorables. ¡Ganó la libertad! ¡Gano Occidente!” Sí, el Occidente de los Pet Shop Boys idealizado en su célebre cover a la canción Go West lanzado en 1993, aquel lugar en donde “el aire es libre”, en donde “la vida es pacífica”, aquel lugar que fungía como la “Tierra Prometida” para los que vivían en el Este. Se llegaron a decir estupideces como aquella proclamada por Francois Fukuyama, quien decía que “la historia había llegado a su fin”. Considerando que la historia se guiaba por una teleología establecida, el ex funcionario del Departamento de Estado de EEUU imaginó que el capitalismo había ganado para siempre, por tanto, ya no había necesidad de seguir hablando de historia.

Toda una fiesta espectacular se desplegó el pasado 9 de noviembre en Berlín. Ángela Merkel dando un discurso, ciertamente realista, en el sentido de la necesidad de tirar los muros que siguen en pie. Barack Obama presentándose desde Washington vía videoconferencia, felicitando al pueblo alemán. Paul van Dyk, mejor DJ alemán de la historia, nacido en Eisenhudestadt Alemania Oriental, tocando música que hace 20 años todavía no podía tocar. Lech Walesa estrechando la mano del último dirigente soviético Mikahil Gorbachov. Por cierto, Walesa, histórico líder del poderoso sindicato polaco Solidaridad, se quejó de casi haber mitificado a un Gorbachov que, según él, no quería que se cayera el Muro. En fin, todas las grandes personalidades estuvieron presentes en las Puertas de Brandenburgo para conmemorar un día que para muchos es el más importante en la historia contemporánea. (Véase la crónica de los festejos en Berlín en Deutsche Welle, 9.11.09)

Sin embargo, muchas cosas no suelen decirse cuando se habla de este suceso capital en la contemporaneidad. Para empezar no todo fue color de rosa. Por ejemplo, la unificación alemana no fue automática. Sin bien es cierto que dentro de la nación germana había menos dudas sobre este hecho, hubo un significativo, aunque minoritario, rechazo de sectores de la ex RDA. Por su parte, en el exterior no fue muy bien vista una Alemania unificada. Las pretensiones alemanas, en unos casos directamente y en otros poco menos, habían causado 3 guerras de grandes magnitudes: la francoprusiana de 1871, y la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Por lo tanto, no es de extrañar que a las principales potencias europeas como Francia y Gran Bretaña les costara trabajo asimilar la idea de que otra vez Alemania estuviera unida. Así lo demuestra la correspondencia entre el entonces presidente francés Francois Miterrand y Margaret Thatcher en su calidad de primer ministro de Gran Bretaña. Según una nota del diario británico The Financial Times, de septiembre de 2009, documentos recientemente desclasificados del Ministerio de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña muestran la inquietud del entonces presidente galo, cuando en una misiva a la “dama de hierro” le dice que una Alemania unificada “podría aplastar más de lo que hizo Hitler”. De ese tamaño era la desconfianza.
La caída del Muro para la Europa de hoy significó el avance de Occidente a tierras en donde nunca antes había estado. En realidad, significó la revaloración civilizatoria de regiones que ansiaban obtener las ventajas de la sociedad de consumo occidental, pero que al mismo tiempo no querían perder su identidad cultural forjada centurias atrás. La integración gradual de los nuevos países del este a la Unión Europea ha retrasado el proceso de unificación de los Estados del Viejo Continente. Las notables diferencias económicas, sumado a la cultura política de los países anteriormente gobernados por regímenes socialistas, se presentan como agentes de retraso en el sueño europeo de constituir una superpotencia global. Porque ¿qué es la Unión Europea sino una manera “institucionalizada” y “democrática” de querer erigirse como la gran potencia mundial, como lo fue en siglos pasados, en un mundo que cada vez se le va más de las manos? Y que de hecho, creo que ya se le fue. Por lo tanto, la caída del Muro, retrasa el sueño del genio de Köningsberg (Immanuel Kant) de una republica de Estados totalmente unificada. Se deberá de esperar varios años más para que Europa recupere su posición hegemónica en el mainstream global, si es que algún día la recuperará. En este sentido, se han hecho algunos esfuerzos como el recién Tratado de Lisboa, cuyos postulados son los más ambiciosos en materia de unidad política desde que se concibió una Europa unificada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, como trato de demostrar en mi artículo “El Tratado de Lisboa. ¿Al fin una política exterior europea común?” publicado en la revista electrónica Interdependencia (www.interdependencia.com.mx), una política exterior consensuada y unificada está lejos de ser realidad, dados los diversos intereses nacionales en el seno de la Unión.

Sin duda alguna el mito más avasallador que rodea la caída del Muro es que el capitalismo resultó ser el mejor sistema, venciendo por tanto, lógicamente al sistema socialista. La década de los 90 parecía certificar dicha premisa, en virtud de que la economía global crecía a ritmos nunca antes experimentados. No obstante, la caída del Muro impulsó la maduración y el completo desarrollo de la criatura más espeluznante que ha creado el ser humano en toda su historia: el neoliberalismo. ¿Esto celebramos? ¿La victoria de esa frase brutal del capitalismo apuntalada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher? La victoria de una maquinaria productora de pobreza, de injusticia, de desolación, de guerras, de desigualdad, de avaricia, de envidia, de egoísmo, eso es lo que dejó la caída del Muro. Cierto, se derrotó a un sistema represivo que negaba el valor más grande dentro de la comunidad humana: la libertad. Sin embargo, en Occidente de qué sirve la libertad si no hay igualdad ni justicia. La libertad debe englobar una amplia serie de condiciones que en Occidente no se cumplen.

Otra de las consecuencias de la caída del Muro, muy en consonancia con la victoria del neoliberalismo y la expansión de sus tentáculos por buena parte del globo, es el debilitamiento del Estado-nación como entidad rectora de los destinos de las sociedades. La tendencia histórica desde la década de los años 80 ha sido debilitar el poder del Estado a favor de otras fuerzas como las corporaciones transnacionales, las organizaciones multi y supranacionales, etc.

En conclusión, la caída del Muro de Berlín debe de verse de manera crítica. Por un lado, liberó a millones de seres humanas del yugó socialista. Pero apuntaló un sistema económico rapaz, deshumanizador y miserable. En la actualidad, ese sistema está caduco, mostró sus fallas y urge reemplazarlo. Ahora, a 20 años de la caída del Muro, es muy pertinente la pregunta que se planteara hace algunos meses el gran historiador británico Eric Hobsbawn: “Socialism has failed, now capitalism is bankruptcy, so what comes next?

domingo, 11 de octubre de 2009

¿Está Japón de regreso en el mainstream global?

























La historia no pasa en vano. Mientras más contemporáneos sean los sucesos históricos, más determinan la constitución actual de las naciones. Sólo una ruptura o un distanciamiento sustancial con el pasado puede transformar el presente de manera que la realidad que fue determinada por un pasado acontecimiento o proceso pueda ser transformada. Para decirlo en pocas palabras, y a modo de perogrullada: la historia determina el presente, es la mejor manera de comprender la realidad actual de todas las sociedades del orbe, sin ella, cualquier intento de aproximarse a la realidad es inútil e infructuoso.


Muchos ejemplos se podrían traer a colación para sustentar lo anterior, pero me parece que el caso de Japón, dado el dramatismo con el que se cumplen los postulados anteriores en la historia de ese país, además de la importancia global de lo que a continuación voy a referir, es el más representativo de ellos.


Todos sabemos qué pasó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. En Occidente es algo muy asimilado: Europa Occidental pasó a depender de Estados Unidos en el aspecto militar (OTAN) y en el económico, al menos en los años de la reconstrucción (Plan Marshall). Europa Oriental, pasó a depender en absolutamente todos los ámbitos de la Unión Soviética hasta el colapso de ésta en 1991. China, dio paso a una nueva era en su historia tras su revolución comunista de 1949. Surgió el tercer mundo en África y Asia tras la desintegración de los últimos dos imperios coloniales del siglo XIX: Gran Bretaña y Francia. pero, ¿qué fue del perdedor asiático miembro de las potencias del Eje? La respuesta: capituló de manera humillante ante Estados Unidos y pasó a ser un apéndice de la superpotencia en Asia.


Le salió bastante caro su derrota a la otrora potencial cultural del planeta (digo otrora porque la vorágine capitalista desregulada ha despersonalizado terriblemente a los japoneses, que se quieren creer occidentales, abandonando aquella cultura milenaria que tanto orgullo representa para la cultura universal), pues Estados Unidos se aprovechó de esta situación para establecer un Estado satélite que siguiera al pie de la letra sus mandatos y que sirviera como un apéndice suyo para el cuidado de sus intereses en la zona Asia-Pacífico. De hecho, desde el punto de vista geopolítico, a Japón sólo se le puede entender como un apéndice de Estados Unidos en aras de asegurarse una fuerte presencia tan importante región pare el esquema global de Washington.


Ciertamente, las atinadas políticas económicas de la posguerra y el incentivo estadounidense le permitieron a Japón convertirse por mucho tiempo en la tercera economía del planeta, tras la URSS y EU. Desde el punto de vista geopolítico su situación no les preocupada demasiado. Tener a EU como aliado después de todo no era tan malo, a sabiendas de tener a pocos kilómetros a una amenaza que en cualquier momento podría representar una directa afrenta a Japón. No de gratis Estados Unidos estableció en Japón la que hoy en día sigue siendo una de sus bases militares con mayor infraestructura y número de soldados: Okinawa.


La situación no era tan mala. Ser un títere de Estados Unidos no era visto como un problema para la sociedad japonesa hasta hace algunos años, en los que la radicalización del conservadurismo estadounidense llevó al trasiego a la economía del país asiático, debido a su alta dependencia de las fluctuaciones financieras de Wall-Street, sumiéndola así en una terrible recesión que ha ocasionado los niveles de desempleo más altos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Además, el pasado gobierno conservador japonés apoyó a EU en sus dos recientes guerras en Medio Oriente. Asimismo, mandó un importante contingente de tropas a Irak, el cual ya retornó a casa. No obstante, actualmente Japón sigue participando en la fracasada guerra en Afganistán, ayudando en el abastecimiento de combustible a embarcaciones militares estadounidenses en el Océano Índico.


La sociedad japonesa, consciente de que la relación de dependencia con respecto a EU había dado a la larga malos resultados, ha despertado tras un letargo de varias décadas al cambiar de gobierno de manera democrática el pasado mes de agosto. Fue tal la importancia de este cambio que en la opinión política japonesa e internacional este cambio fue visto incluso como una revolución política. Tampoco es para tanto.


Independientemente de lo que pueda hacer el nuevo gobierno de centro-izquierda, encabezado por el primer ministro Yukio Hatioyama, en materia económica, ya que son muchas las medidas que deben ser tomadas, por ejemplo: establecer fuertes regulaciones al mercado y mayor participación del Estado en la economía nacional, lo que importa de esta transición en materia de geopolítica y de relaciones internacionales es el replanteamiento que Japón hará de su relación con Estados Unidos y todas las consecuencias que esto tiene para su posición en el contexto asiático.


A Japón le urge salir de la sombra de Estados Unidos y asumir de nueva cuenta un papel de protagonista en la zona geográfica a la que pertenece. El creciente poderío chino ha engullido alarmantemente la influencia japonesa incluso en materia financiera. La pérdida de importancia del idioma japonés es representativo de lo anterior: ahora el chino ha pasado a sustituir al japonés como el idioma principal en materia financiera y económica en Asia Oriental. En Hong Kong ya no se cotiza ni en japonés, ni en inglés, ahora se hace en chino.


Ahora bien, en la actualidad los procesos históricos y el sistema político imperante en determinado país pesan demasiado en todo el orbe. En la contemporaneidad ya no es tan fácil cambiar las cosas, más cuando se tiene un sistema económico, diría Immanuel Wallerstein, de sistema-mundo, en el que el flujo de capital a nivel mundial está más interconectado que en cualquier otro momento de la historia humana. Asimismo, se afrontan retos comunes, como la seguridad global, el cambio climático, la proliferación de armas nucleares, además de que el poderío financiero de las corporaciones transnacionales minan el poder del Estado como entidad jurídico-política. Todo esto aunado a los intrincados arreglos entre las diversas clases políticas dificultan la labor de cualquier nuevo presidente, cuyo discurso sea considerablemente diferente al de los anteriores: el caso de Obama ilustra perfectamente mi argumento. Hatioyama se enfrentará a este mismo escenario. Sin embargo, se espera que ponga en marcha un programa de diversificación de sus relaciones que ponga fin a la relación de tutelaje por parte de Washington. Un hecho fáctico demuestra que el nuevo gobierno ya puso manos a la obra en esta materia.


La semana pasado se llevó a cabo un encuentro político de alto nivel en la capital china. A dicho encuentro asistieron el nuevo primer ministro japonés, el presidente de Corea del Sur y por supuesto el primer ministro de China Wen Jibao. El objetivo de esta cumbre fue entablar el diálogo con miras a fortalecer las relaciones entre las naciones asiáticas. En realidad el encuentro fue para Japón la oportunidad de mostrar una nueva cara frente a sus vecinos asiáticos. Es tal el interés de Hatioyama de sacudirse el dominio estadounidense que fue a Beijing a proponer un nuevo grupo asiático de naciones al estilo de la Unión Europea. A ese grado llegaron las cosas. (Deutsche Welle 9.10.2009)


El nuevo premier japonés se dio cuenta de que es mejor cooperar y acercarse a sus vecinos que tratar de competir por la supremacía político-económico-militar, que dicho sea de paso es algo que China desde hace algunos años ya posee y es complicado que en un futuro pierda. Sin embargo, los nuevos tiempos históricos apuntan a la eliminación del paradigma de la “superpotencia”, es decir, me atrevo a decir que Estados Unidos, en franco decline como poder ominipotente global, es la última superpotencia de la historia de la humanidad. Ninguna entidad política será capaz de asumir ese papel; la multipolaridad se consolidará y reinará durante mucho tiempo más.


En este contexto global ¿el nuevo gobierno regresará a Japón a una posición protagonista en el tablero de ajedrez mundial? Es pronto decirlo, pero hasta el momento y en vista del intento de nueva política exterior de Hatioyama, puedo aducir que Japón se distanciará considerablemente de Estados Unidos. Evidentemente con una política inteligente y teniendo en consideración los límites de la misma. Es una realidad: Japón sigue dependiendo de EU en muchos aspectos como en el militar y en el comercial, por lo tanto no será fácil su distanciamiento. Sin embargo, no es necesario pelearse con el gigante de Norteamérica, ni se espera que Japón lo haga, para diversificar y mejorar sus relaciones.


¿Será Hatioyama el Lula asiático? Los siguientes meses nos darán la pauta para ver hasta qué punto llegará Japón bajo su nuevo esquema. De entrada, Washington estará muy pendiente pues perder a su apéndice en Asia no será cualquier cosa.

martes, 15 de septiembre de 2009

Reseña Zbignew Bzrezinski "An Agenda for NATO. Toward a Global Security Web"




























Zbignew Bzrezinski, "An Agenda for NATO. Toward a Global Security Web", Foreign Affairs, Vol. 88, No. 5, septiembre-octubre 2009. p.1-20.


Hace algunos meses en este espacio refería un acontecimiento trascendental en las relaciones internacionales de la contemporaneidad: el 60 aniversario de la fundación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, (NATO en inglés, véase mi artículo "Feliz Cumpleaños OTAN", abril de 2009). Cuando parecía que había quedado atrás este importante episodio de 2009, recibí en mi correo hace ya algunas semanas el boletín mensual de la influyente revista estadounidense Foreign Affairs, en el que se anunciaba el flamante nuevo artículo del geoestratega polaco-estadounidense Zbignew Brzezinski. El título me pareció muy sugestivo, considerando además el peso del autor en el establishment norteamericano, por lo cual decidí adquirirlo al módico precio de 1 dólar, y tras leerlo consideré pertinente escribir una reseña, dada la relevancia de los temas tocados por el autor en el texto arriba citado.


Antes de comenzar es pertinente decir quién es el autor al que me referiré a lo largo de este texto. El curriculum de Brzezinski es impresionante, pero bastará decir que fue uno de los principales artífices de la victoria estadounidense contra la Unión Soviética en la Guerra Fría. ¿Cómo pudo ser esto? Sencillo de responder: fue asesor de seguridad nacional del presidente Carter de 1977 a 1981, sentando así las bases de la política exterior estadounidense en la recta final de la Guerra Fría. Por consiguiente, al ser un hombre conocedor de los laberintos del sistema político estadounidense, Bzrezinski es una buena fuente para divisar el futuro de las relaciones internacionales en una época en la que, como bien señala el polaco-estadounidense en este artículo, las naciones están cada día más políticamente despiertas (claramente México no entra en este juego).


El artículo comienza con una valoración histórica de la OTAN a lo largo de sus 60 años de existencia. Para Brzezinski la OTAN institucionalizó tres momentos nodales en las relaciones internacionales de la edad contemporánea: 1) El fin de la por siglos interminable "guerra civil" (sic) librada en Occidente por la hegemonía en el Atlántico Norte y Europa. (Recordar que hasta la Segunda Guerra Mundial Europa había estado casi 700 años en constante guerra). 2) El compromiso de Estados Unidos al termino de la Segunda Guerra Mundial de proteger a Europa de la amenazante dominación soviética; y 3) la pacífica terminación favorable a Occidente de la Guerra Fría, cuya principal consecuencia fue la "creación de las precondiciones de una mayor Unión Europea democrática" y el fin de la división geopolítica del Viejo Continente.


No obstante los éxitos de la OTAN de finales del siglo XX, el autor sostiene que tras haber dejado de existir su razón de ser, o sea la amenaza del bloque soviético, la organización transatlántica ha tenido que buscar nuevos elementos que justifiquen su legitimidad como un cuerpo político-militar de carácter multinacional. Por lo tanto, ante los cambios que impone la dinámica geopolítica mundial, en la que el centro de gravedad político y económico del poder global se está moviendo del Atlántico Norte a la región Asia-Pacífico, son, pues, cuatro los grandes retos que enfrenta la alianza a corto, mediano y largo alcance. Y aquí llegamos a la parte central del artículo: en ella el autor enumera estos grandes retos que afronta una OTAN renovada con nuevos miembros alguna vez pertenecientes al otrora poderoso Pacto de Varsovia.


Primero: La cuestión afgano-pakistaní. A corto plazo este es el problema que más concierne a la cúpula política de los países del Atlántico Norte. El cómo obtener un resultado satisfactorio del empantanado contencioso contra el Taliban y demás grupos extremistas, es la principal preocupación, señala Brezinzski, de todos los países de la alianza. Secunda la posición de la administración Obama, de quien por cierto es asesor en materia de política exterior, en el sentido de que la guerra en Afganistán no se va a ganar sólo, ni principalmente mediante las armas, sino que un concertado proyecto económico y político-administrativo deben de ir por delante del ruido de las metralletas. Además, valora la importancia de integrar a China, India e incluso Irán en un dialogo estratégico con miras a buscar no ya una victoria hollywoodesca de Occidente, sino para evitar "un verdadero caos en la región". En pocas palabras: sin la ayuda de de estas potencias regionales (China ya ni tan regional), EU y sus aliados están condenados a fracasar en Afganistán. Tampoco deja de lado la vital importancia de Pakistán en el conflicto, ya que sin un Pakistán comprometido con la pacificación de sus zonas tribales, el avance de las tropas de la OTAN en las provincias más orientales de Afganistán no sirve demasiado.


Segundo. El artículo 5º del tratado de la alianza. Para el autor, este es un punto cardinal en el futuro de la OTAN. ¿Por qué? Porque el artículo 5º básicamente señala que cualquier ataque a cualquier miembro de la alianza será considerado como motivo para que cualquier país miembro tomé las represalias que considere pertinentes, incluyendo las de corte militar. Bzrezinski saca esto a colación, ligándolo con el primer gran reto ya enumerado. Para él, este artículo está fuera de la realidad presente, pues sólo aplicó en el momento en que los países europeos, debilitados tras la Segunda Guerra Mundial, aceptaron ponerse al amparo militar y económico de Estados Unidos. Sin embargo, esta situación no aplica más, aduce el autor, ya que los Estados europeos, ahora fortalecidos, no consideran muy necesario comprometerse de lleno en la lucha en Afganistán. Para ponerlo en una idea: Bzrezinski condena suavemente la falta de cooperación de Europa con EU en la guerra en Afganistán, y llama a reformular el articulo 5º de la alianza, al considerar a éste fuera de contexto histórico y geográfico, pues en la historia de la OTAN es inédita una guerra en la que tropas de esta alianza se hayan inmiscuido fuera de las costas de Europa y el Atlántico Norte. Por ende, es tarea primordial del nuevo secretario general Anders Fogh Rasmussen presionar para que se reactualice este artículo.


Tercero. Rusia. Consciente de la importancia de Rusia para acometer los retos del siglo XXI, principalmente a nivel regional pero también global, Brzrezniski señala que es necesario entablar serias negociaciones y comprometer al otrora hegemón global a un pacto estratégico mutuo. También hay que decirlo: Rusia no está en posición de depender solamente de una política unilateral, de hecho tiene que privilegiar la vía multilateral a pesar de sus nostálgicas pretensiones territoriales sobre la Europa Oriental y el Cáucaso. Lo importante de este punto es el reconocimiento de Rusia como un Estado primordial para el establecimiento de un sistema de seguridad global. Para decirlo sucintamente: sin el compromiso de Rusia, la OTAN no podrá concertar un sistema de seguridad global efectivo.


Cuarto. La OTAN y su respuesta a los nuevos "dilemas" (sic) de seguridad mundial. Para entender este punto es necesario referir la idea del autor en torno al "despertar político de la humanidad", la cual por cierto no es nueva, basta ver la revolución historiográfica del siglo XX para darnos cuenta de cómo la historia dejó de ser obra de los hombres de Estado y pasó a convertirse en una construcción conjunta de las masas. Empero, el punto de Brzezinski va en el sentido de que actualmente la humanidad se encuentra más interconectada en términos políticos, económicos y militares como nunca lo había estado antes en su historia, lo cual, aunado a la proliferación de grupos fundamentalistas y chauvinistas resentidos con el colonialismo occidental, además de la repartición de poder observada desde comienzos de siglo, hacen que las amenazas a la seguridad de los Estados sean más latentes y más difíciles de manejar con un sistema de seguridad mundial tan limitado como el que actualmente se tiene. Entonces, propone que se cree un sistema global de seguridad en el que estén interconectadas, mediante acuerdos estratégicos, las principales alianzas militares del orbe: desde luego la OTAN, pero también la Organización de Cooperación de Shangai, que agrupa a Rusia, China y 4 repúblicas centroasiáticas. la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO) que agrupa a Rusia y a repúblicas ex-soviéticas de Europa del Este, así como acuerdos estratégicos con naciones individuales importantes por su posición geopolítica como India, China e incluso un cadavérico Japón que intentará regresar al tablero de ajedrez global con su nuevo gobierno de centro-izquierda.


Todos los argumentos del autor en el presente artículo tienen su razón de ser en su posición respecto a este último punto, pues para Brzezinski, y ésta es precisamente la idea principal del texto, la OTAN tiene que erigirse como el "centro de gravedad de una red global de seguridad formada por varios tratados de seguridad y cooperación entre Estados con un creciente poder de actuar". Bzrezinski está embriagado por el éxito que ciertamente tuvo la alianza en estabilizar política y militarmente a Occidente, para él la OTAN significó un nuevo paradigma en las relaciones internacionales comparable incluso a aquel que sentara las bases de la diplomacia moderna: el tratado de Westphalia de 1643. Sin embargo, está consciente de que su éxito a corto, mediano y largo plazo depende del cumplimiento de los 4 puntos mencionados.


Ahora bien, desde mi punto de vista, un aspecto sumamente destacable del presente artículo, y más por la naturaleza de quien lo escribió, es la aceptación de la multipolaridad en la política internacional. Incluso, el mismo Brzezinski condenó la unipolaridad neoconservadora estadounidense en Irak y su consiguiente fracaso. Esto no quiere decir que EU vaya a renunciar a su poderío global, mas se ha dado cuenta de que la realidad es totalmente opuesta a aquella de la década de los 90 del siglo pasado en la que la unipolaridad era incuestionable. Bzrezinski sabe mejor que nadie que Occidente puede ser tragado en un futuro no muy lejano por el Islam y Asia Oriental, regiones cuya población y economía (El Islam en términos económicos no tanto) van en un aumento descomunal comparado con Occidente. Por lo tanto, para el geoestratega, la OTAN puede ser quizá esa última carta para contrarrestar el creciente poderío de las civilizaciones no occidentales.

viernes, 7 de agosto de 2009

Rusia – Estados Unidos ¿Una nueva era en la relación bilateral?










En una de las cartas mejores jugadas en materia de política exterior, el gobierno del histórico presidente Barack Hussein Obama se ha dado a la tarea de en las últimas semanas emprender una política de acercamiento y reconciliación con la Federación Rusa. La relación entre las dos mayores potencias militares del orbe bajo la presidencia de los llamados “cold-warriors” (Vladimir Putin y Goerge Bush) había sido de constante conflicto retórico y mutua desconfianza. Dicho fenómeno en la relación bilateral fue exacerbado por el choque de dos visiones expansionistas e imperialistas en la que uno y otro país concibieron la idea de que grandes extensiones del planeta debían estar bajo influencia ya sea rusa o estadounidense respectivamente.

Desde luego esta actitud fue más representativa en la política exterior estadounidense bajo el liderazgo neoconservador durante los 8 años de Goerge Bush como presidente de aquel país. Estados Unidos trataba de imponer su razón geopolítica en todos los rincones del orbe, dado que los neoconservadores querían llevar a la práctica su proyecto del “New American Century”. Básicamente, dicho proyecto consistía en asegurar mediante todos los medios posibles, privilegiando el militar, la hegemonía absoluta de EU a nivel global. Creo que no es muy necesario señalar que este proyecto ha fracasado de momento, aunque los neoconservadores apuestan a la candidatura del general David Patreus, quien goza de amplia popularidad en EU debido a su tarea como máximo general en Irak, para las elecciones presidenciales de 2012 en aras de reactivar tan ambiciosa empresa. (Para más del NAC véase http://www.newamericancentury.org/)

Por su parte, Rusia bajo la presidencia de otro “cold warrior” Vladimir Vladimirovich Putin, quien hoy en día a pesar de ya no ser el presidente de Rusia continúa siendo uno de los hombres más poderosos del mundo, comenzó una era nostálgica de sus memorias soviéticas y emprendió una política de recuperación de espacios y zonas geoestratégicas para el Kremlin. La guerra de Georgia precisamente hace un año fue clara muestra del afán ruso de recuperar sus esferas de influencia. Rusia acostumbrada a tener el Cáucaso bajo su mando desde tiempos zaristas no iba a permitir que un poder tan lejano como EU se posicionara en las puertas del Kremlin. El presidente georgiano Mikhail Sakaashvilli, egresado de Harvard, evidentemente forma parte de esos gobiernos títeres de los intereses occidentales, en particular de EU. Sin embargo, con los halcones alejados de las decisiones en materia de política exterior su rol como pasará a ser de diferente naturaleza en la relación bilateral Rusia-EU.

De la confrontación y el choque retórico, Obama y su equipo plantean el “reseteo” de la relación. Buscan una relación basada en mutuos intereses y no en mutuos valores. Esto es: buscan una relación en la que tanto EU como Rusia ganen. Desde luego que es complicado este juego. A pesar de las buenas intenciones, tanto Rusia como EU tienen en su código genético cultural la idea hegemónica e imperialista de siempre. Desde mi perspectiva lo que importa en este punto es el impacto de esta idea con la realidad histórica, económica y geopolítica del momento. Bush y su equipo de halcones no supieron conjuntar realidad con imperialismo, Obama más inteligentemente lo trata de hacer, al menos al respecto con Rusia, porque en la cuestión afgana es harto complicado. Asimismo, el también joven y abogado presidente de Rusia Dimitri Medvedev, está jugando esta carta, o sea la de conjuntar la idea de imperialismo con realidad presente. Esa es la sustancia de toda la política exterior de las naciones llamadas como potencias. Es el cimiento de su comportamiento con respecto a otros Estados. De la efectiva conjunción de esos dos elementos depende el éxito de la política exterior de la potencia en cuestión. Por lo tanto, Obama sabe que si quiere elevar el poderío e influencia estadounidense (porque eso es lo que quiere cualquier presidente de EU sea demócrata o republicano) tiene que tomar medidas conducentes a mejorar su relación con las otras potencias geopolíticas, es decir, Rusia y China. Ambas cosas las está haciendo muy bien.

Ahora bien, Rusia tiene que jugar la misma carta con mucha responsabilidad y sobre todo con mucho conocimiento de causa. El país más grande del mundo debe dejar sus sentimientos nostálgicos de aquella era soviética, pues actualmente ese otrora gran poderío está muy lejos de acariciarse si quiera. La influencia que alguna vez llegó a tener la URSS en la realidad actual es casi imposible de volverse a adquirir. Si bien es cierto que en términos militares aún Rusia continua siendo una superpotencia, no tiene la capacidad en otros campos, como el económico y financiero, para exigir trato de hegemón global. Considero que Rusia se debe avocar a defender sus fronteras y su radio de influencia como el Cáucaso y países como Ucrania y Bielorrusia. Los países del mar Báltico definitivamente los ha perdido, pues ya hasta en la OTAN están. Sin embargo, aquellos casos no son tan dramáticos como Ucrania, pues lazos históricos y culturales unen a gran parte de la población ucraniana, particularmente la del este, con Rusia. Por lo tanto, la entrada a la OTAN por parte de Ucrania sería desastrosa para los intereses geopolíticos de Rusia. Definitivamente sería una derrota para Moscú.

El reciente viaje en julio a Moscú habló muy bien del compromiso que Obama quiere adquirir con Rusia. De entrada, una cuestión que se debe resolver a la voz de ya es la nuclear. No porque sólo ataña directamente a la relación bilateral entre ambas naciones sino que también incluye a toda la humanidad. A pesar de que el compromiso de la reducción de los arsenales no es demasiado significativo (no esperen que de la noche a la mañana se eliminen todas las armas nucleares), sí es muestra de voluntad política traducida en acciones concretas.

El otro punto espinoso en la relación es el proyecto que Bush le heredó a Obama de construir un radar antimisiles en la República Checa y una base para 10 misiles de mediano alcance en Polonia (suficientes para alcanzar territorio ruso). Estados Unidos argumenta que esta medida está encaminada a repeler un posible ataque de Irán. Sin embargo, es claro que de llevarse acabo este proyecto se estaría amenazando directamente a Rusia, por consiguiente, el actual presidente estadounidense ha sido muy cauto en manejar esta situación, pues no ha mencionado claramente sí es que el proyecto se va a concretar para 2012 como tenía planeado Bush.

En suma, la relación bilateral Rusia-EU es quizá una de las más complejas del orbe, ya que incluye la participación de organizaciones multiestatales como la OTAN o la OCS, en las que se debaten temas como Irán y Afganistán. Asimismo, la relación se ha vuelto cada vez más compleja debido al decline en el poderío de ambas naciones. Sin embargo, parece ser que es Rusia el país que más poder está perdiendo, puesto que los años de bonanza económica debido a los altos precios del petróleo están llegando a su fin.

En una nota del think tank ruso Russia Profile Vladimir Frolov refiere los últimos acontecimientos a nivel regional que muestran la pérdida de la influencia y el poderío ruso incluso en sus propias fronteras. Entre ellos destacan el acto de rebeldía del gobierno proruso de Bierolorrusa presidido por Alexsander Lukashenko al pedir inversión estadounidense a su país y acercarse más con Occidente. También varios Estados de la Comunidad de Estados Independientes, organización fundada tras el colapso de la URSS que agrupa a países ex soviéticos de Asia Central, de Europa del Este y algunos del Cáucaso, se rehusaron a atender una reunión informal en Moscú el mes pasado. Además, en un hecho no menos significativo Tayikistán acaba de aprobar el mes pasado una ley en la que se prohíbe el manejo del idioma ruso en documentos oficiales, lo cual demuestra el decline de la influencia rusa en la zona.

En un escenario de tan poco margen de maniobra, Medvedev está tratando de contrarrestar estas cuestiones e intenta mostrar una imagen al exterior de una Rusia fuerte. Obama por su parte, cambia el discurso bushiano de conflicto y denuncia, proponiendo una nueva etapa en la relación. Lo cierto es que no será una nueva era sino que se matizarán posiciones de ambos países y se buscará converger en escenarios en los que ambas naciones pueden ganar al mismo tiempo. Sin embargo, seguirá habiendo fricciones, especialmente por el caso de Ucrania y Georgia, las cuales solamente se podrían resolver a favor de Moscú mediante la elección de un presidente pro-Kremlin en las próximas elecciones de los países respectivos.

La historia de la relación URSS (ahora Rusia)-EU ha demostrado que incluso en los tiempos más álgidos de la Guerra Fría se pudieron llegar a acuerdos en los que se respetara la integridad física de ambas naciones, pero sobre todo se ponderara entre el alcanzar inconscientemente la consecución de los intereses nacionales y la búsqueda de consenso e interés mundial. En una nota publicada recientemente por la agencia de noticias rusa RIA Novosti, Henry Kissinger, antiguo secretario de Estado bajo la administración de Nixon, hacía un homenaje con motivo de los 100 años del nacimiento de Andrei Gromyko, su contraparte soviética durante sus años en el Departamento de Estado de EU. En este texto Kissinger menciona que a pesar de las diferencias antagónicas, se pudieron llegar a acuerdos en las negociaciones diplomáticas en las que ambos países tuvieron que ceder en varios puntos con tal de obtener cierta especie de consenso.

Desde luego que no se puede comparar el escenario de plena Guerra Fría al de hoy en día, sin embargo, lo que sí se puede hacer es ajustar la idea imperial con la realidad presente. Esa es la clave de todo y sobre la que deben de trabajar los diplomáticos rusos y estadounidenses.