jueves, 25 de junio de 2009

¿Qué está pasando en Irán?


Si bien es cierto que estoy en contra del establecimiento de leyes en el devenir histórico, pareciera ser que cuando se analizan los procesos revolucionarios de la época moderna se cae en la cuenta de que todos y cada uno de ellos, desde la revolución francesa, hasta la rusa, pasando por la mexicana, la china, entre otras, en determinado momento sufrieron severas crisis de legitimidad, lo cual en algunos casos conllevó a una dramática ruptura histórica inevitable; el caso ruso es el más representativo de lo anterior.

La revolución islámica iraní de 1979 es, asimismo, un proceso revolucionario que cabe en este apartado, pues precisamente en estos días vive la peor de sus crisis, mejor dicho la única significativa que ha tenido desde su origen tras el derrocamiento del Sha y el establecimiento del régimen islámico presidido por el legendario Ayatolla Jomeini. ¡Que bonita manera de celebrar sus 30 años!

Saber de qué magnitud es la crisis en estos momentos es difícil de decir; estamos atestiguando violentas reacciones por parte del gobierno hacia los movimientos de protesta de aquellos que consideran fraudulenta la reelección de Mahmmud Ahmadinejad, pero como dijera Hegel “no hay nada nuevo bajo el sol”, pues otras revoluciones enfrentaron asimismo retos a su legitimidad en mayor o en menor medida. Sólo recuerden Tlatelolco, Tiananmen o Praga, entre otros muchos ejemplos; los regímenes que tuvieron que lidiar con estas protestas pudieron sobreponerse de esos difíciles momentos a pesar de contar con un repudio generalizado de la opinión internacional. Ahora bien, ¿Será este el caso de Irán? Para contestar semejante pregunta es necesario realizar un sucinto esbozo del sistema político iraní, así como exponer las implicaciones geopolíticas del problema.

Con el advenimiento de los islámicos al poder, en Irán se estableció un régimen teocrático en el que el velayat –e faqih (literalmente el gobierno del jurista) concentra todos los poderes terrenales y espirituales. Él tiene bajo su mando todas las decisiones en materia judicial, de política exterior, política interior, así como también ostenta el cargo de comandante en jefe del ejército. Este señor, mejor conocido como Ayatolla, es el verdadero poder en Irán, no el presidente. Este último sólo representa los intereses de la jerarquía clerical chiita en Irán, aunque si bien es cierto en su discurso, principalmente en materia de política exterior, el presidente tiene cierta autonomía siempre y cuando no se salga de los intereses del líder supremo. Entonces, la jerarquía clerical tiene un pacto con las élites políticas que llevaron al poder a Ahmadinejad, quien representa el poder de los Pasdarans y Basijs, grupos militares que simbolizan el círculo duro del régimen y el campo político mejor organizado. Sin embargo, este sistema político también contiene sectores moderados descontentos con la actual administración del ex alcalde de Teherán, cuya política exterior, debido al programa nuclear, ha redituado en severas sanciones económicas a aquel país. Así pues, Ahmadinejad es el representante del ala conservadora del sistema político iraní, sistema que si bien ha variado desde presidentes reformistas, como un Mohamad Jatami, quien tenía un discurso más conciliador hacia Occidente, a un Ahmadinejad con una retórica violenta, se había mantenido cohesionado y unificado en torno a los ideales de la revolución islámica.

El problema que se vive en Irán es que la revolución islámica no contempló nunca la formación de una cultura democrática propiamente como tal. En Irán no existen partidos políticos como los conocemos en Occidente. En pocas palabras no hay una cultura política tradicional. El organismo encargado de las cuestiones electorales depende totalmente del gobierno en cuestión, por lo tanto siempre se presta a malos manejos de las elecciones. Sin embargo, nunca como el día de hoy se había visto que la oposición se manifestara de la manera que estamos atestiguando. Lo cual me lleva a aducir que lo que está pasando en Irán es la fragmentación de su sistema político, hecho comprobado por la pérdida de consenso del grupo reformista frente a un presidente que, según los opositores, ha confrontado a Irán innecesariamente con Occidente.

Ahora bien, con respecto a este último, ¿qué se espera que haga Occidente frente a esta crisis política? Contrario a lo observado en la presidencia de George Bush, Europa asumirá una línea mucho más dura a favor de nuevas sanciones a Irán. Francia, Alemania e Italia en la antesala de la cumbre anual del G-8 a celebrarse en la ciudad italiana de L'Aquila, han mencionado, particularmente la última, que es necesario asumir una fuerte posición contra el régimen de Ahmadinejad, debido a las violentas represiones en contra de los opositores. (Deutsche Welle, 25.6.09)

Empero, Estados Unidos por su parte, debe ser muy cuidadoso en su posición debido a los fuertes intereses geopolíticos que tiene en la zona. Al contrario de Bush, Obama inteligentemente se dio cuenta de que es mejor contar con Irán para la resolución de temas en la agenda de Medio Oriente, tales como la crisis árabe-israelí, pues Irán tiene fuertes lazos con Hamas y Hezbollah, así como también en la cuestión de Afganistán y Pakistán, ya que compartiendo cientos de kilómetros de frontera con ambos países, Irán puede servir de gran apoyo en la búsqueda de una solución que comprometa lo menos posible a las tropas de la OTAN apostadas en la zona. Por consiguiente, me parece que Barack Obama, quien obligado a seguir el protocolo ha condenado la violenta represión del régimen, se limitará a exigir el cese de estas actitudes y no pugnará por un cambio de régimen.

El subir de tono la condena de Occidente hacia Irán lo único que ocasionaría sería, en última instancia, la radicalización del discurso de Ahmadinejad, lo cual de facto provocaría un serio retroceso en las negociaciones en aras de acercar diplomáticamente al país islámico con Estados Unidos. Evidentemente Obama tiene que condenar las actitudes represoras, en verdad es algo sumamente repudiable el hecho de que un régimen suprima las garantías civiles de sus ciudadanos, no obstante, el novel presidente debe continuar fiel a su discurso de política exterior hacia las naciones no occidentales, el cual se resume básicamente en la búsqueda de intereses comunes, mas no de valores, como lo hiciera Bush al querer establecer los valores occidentales, como la democracia y la libertad en países como Irak y Afganistán.

Partiendo del enfoque realista en teoría de relaciones internacionales, a Obama lo que le interesa no es que Irán construya una democracia a la manera Occidental, sino que se mantenga estable con tal de que sirva para los intereses de Estados Unidos en la región. Por lo tanto, inmiscuirse en la política interna del otrora Imperio de Darío y Ciro, sería un grave error que podría pagar caro en todo su juego geopolítico en Eurasia. A pesar de las presiones de los republicanos, Obama debe de mantener un discurso tenue, que si bien puede condenar los excesos del régimen, no debe criticar el sistema político iraní, ni mucho menos en un futuro cercano poner en duda la legalidad y legitimidad de la nueva presidencia de Ahmadinejad. Repito, el hacer esto sería el pretexto ideal para radicalizar aún más a Ahmadinejad y tensar mucho más las cosas en una región de por sí ya sumamente inestable.

Desde mi perspectiva, la crisis que se encuentra viviendo el sistema político emanado de la revolución islámica será superada en algunas semanas. Seguramente habrá más detenciones, más muertos y más violaciones a los derechos humanos, lo cual no deja de ser lamentable, pero aún así Ahmadinejad logrará sentar sus reales de nuevo en el poder. Evidentemente a Occidente le gustaría tener a un presidente reformista al mando de Irán, pero como mencioné al principio de este texto, el Ayatolla está del lado del político conservador. Para evitar un nuevo periodo presidencial de Ahmadinejad sería necesaria una fuerte campaña de infiltración externa que incluso tuviera como objetivo la muerte del ex alcalde de Teherán. Así pues, lejos de seguir con ese discurso moralista occidental, la Unión Europea y Estados Unidos deberían de ponerse a pensar que la política de quid pro quo puede ser implementada en estos casos. Esta se podría traducir de la siguiente manera: Europa y Estados Unidos moderan su tono de crítica hacia Irán, dejando que éste se encargue de su crisis política, para que una vez recuperado se pueda sentar a la mesa de negociación tanto con diplomáticos europeos y por qué no hasta con estadounidenses también. Sin embargo, es temprano para llegar a alguna conclusión, sólo nos queda seguir los acontecimientos día a día.