miércoles, 11 de noviembre de 2009

¿Qué celebra Europa y el mundo a 20 años de la caída del Muro de Berlín?




Para la historia de bronce el 9 de noviembre de 1989 cayó oficialmente el Muro de Berlín. En realidad desde meses antes el Muro había comenzado a caer y no fue sino hasta meses después cuando finalmente se unificaría Alemania. Pero bueno, tomemos el 9 de noviembre como punto de partida.

El típico discurso de lo que pasó ese día es el siguiente: “con la caída del Muro de Berlín finalmente el hombre alcanzó la ansiada libertad. El bien le ganó al mal. Desapareció un pérfido sistema que sometía al hombre a vivir en condiciones deplorables. ¡Ganó la libertad! ¡Gano Occidente!” Sí, el Occidente de los Pet Shop Boys idealizado en su célebre cover a la canción Go West lanzado en 1993, aquel lugar en donde “el aire es libre”, en donde “la vida es pacífica”, aquel lugar que fungía como la “Tierra Prometida” para los que vivían en el Este. Se llegaron a decir estupideces como aquella proclamada por Francois Fukuyama, quien decía que “la historia había llegado a su fin”. Considerando que la historia se guiaba por una teleología establecida, el ex funcionario del Departamento de Estado de EEUU imaginó que el capitalismo había ganado para siempre, por tanto, ya no había necesidad de seguir hablando de historia.

Toda una fiesta espectacular se desplegó el pasado 9 de noviembre en Berlín. Ángela Merkel dando un discurso, ciertamente realista, en el sentido de la necesidad de tirar los muros que siguen en pie. Barack Obama presentándose desde Washington vía videoconferencia, felicitando al pueblo alemán. Paul van Dyk, mejor DJ alemán de la historia, nacido en Eisenhudestadt Alemania Oriental, tocando música que hace 20 años todavía no podía tocar. Lech Walesa estrechando la mano del último dirigente soviético Mikahil Gorbachov. Por cierto, Walesa, histórico líder del poderoso sindicato polaco Solidaridad, se quejó de casi haber mitificado a un Gorbachov que, según él, no quería que se cayera el Muro. En fin, todas las grandes personalidades estuvieron presentes en las Puertas de Brandenburgo para conmemorar un día que para muchos es el más importante en la historia contemporánea. (Véase la crónica de los festejos en Berlín en Deutsche Welle, 9.11.09)

Sin embargo, muchas cosas no suelen decirse cuando se habla de este suceso capital en la contemporaneidad. Para empezar no todo fue color de rosa. Por ejemplo, la unificación alemana no fue automática. Sin bien es cierto que dentro de la nación germana había menos dudas sobre este hecho, hubo un significativo, aunque minoritario, rechazo de sectores de la ex RDA. Por su parte, en el exterior no fue muy bien vista una Alemania unificada. Las pretensiones alemanas, en unos casos directamente y en otros poco menos, habían causado 3 guerras de grandes magnitudes: la francoprusiana de 1871, y la Primera y Segunda Guerras Mundiales. Por lo tanto, no es de extrañar que a las principales potencias europeas como Francia y Gran Bretaña les costara trabajo asimilar la idea de que otra vez Alemania estuviera unida. Así lo demuestra la correspondencia entre el entonces presidente francés Francois Miterrand y Margaret Thatcher en su calidad de primer ministro de Gran Bretaña. Según una nota del diario británico The Financial Times, de septiembre de 2009, documentos recientemente desclasificados del Ministerio de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña muestran la inquietud del entonces presidente galo, cuando en una misiva a la “dama de hierro” le dice que una Alemania unificada “podría aplastar más de lo que hizo Hitler”. De ese tamaño era la desconfianza.
La caída del Muro para la Europa de hoy significó el avance de Occidente a tierras en donde nunca antes había estado. En realidad, significó la revaloración civilizatoria de regiones que ansiaban obtener las ventajas de la sociedad de consumo occidental, pero que al mismo tiempo no querían perder su identidad cultural forjada centurias atrás. La integración gradual de los nuevos países del este a la Unión Europea ha retrasado el proceso de unificación de los Estados del Viejo Continente. Las notables diferencias económicas, sumado a la cultura política de los países anteriormente gobernados por regímenes socialistas, se presentan como agentes de retraso en el sueño europeo de constituir una superpotencia global. Porque ¿qué es la Unión Europea sino una manera “institucionalizada” y “democrática” de querer erigirse como la gran potencia mundial, como lo fue en siglos pasados, en un mundo que cada vez se le va más de las manos? Y que de hecho, creo que ya se le fue. Por lo tanto, la caída del Muro, retrasa el sueño del genio de Köningsberg (Immanuel Kant) de una republica de Estados totalmente unificada. Se deberá de esperar varios años más para que Europa recupere su posición hegemónica en el mainstream global, si es que algún día la recuperará. En este sentido, se han hecho algunos esfuerzos como el recién Tratado de Lisboa, cuyos postulados son los más ambiciosos en materia de unidad política desde que se concibió una Europa unificada tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, como trato de demostrar en mi artículo “El Tratado de Lisboa. ¿Al fin una política exterior europea común?” publicado en la revista electrónica Interdependencia (www.interdependencia.com.mx), una política exterior consensuada y unificada está lejos de ser realidad, dados los diversos intereses nacionales en el seno de la Unión.

Sin duda alguna el mito más avasallador que rodea la caída del Muro es que el capitalismo resultó ser el mejor sistema, venciendo por tanto, lógicamente al sistema socialista. La década de los 90 parecía certificar dicha premisa, en virtud de que la economía global crecía a ritmos nunca antes experimentados. No obstante, la caída del Muro impulsó la maduración y el completo desarrollo de la criatura más espeluznante que ha creado el ser humano en toda su historia: el neoliberalismo. ¿Esto celebramos? ¿La victoria de esa frase brutal del capitalismo apuntalada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher? La victoria de una maquinaria productora de pobreza, de injusticia, de desolación, de guerras, de desigualdad, de avaricia, de envidia, de egoísmo, eso es lo que dejó la caída del Muro. Cierto, se derrotó a un sistema represivo que negaba el valor más grande dentro de la comunidad humana: la libertad. Sin embargo, en Occidente de qué sirve la libertad si no hay igualdad ni justicia. La libertad debe englobar una amplia serie de condiciones que en Occidente no se cumplen.

Otra de las consecuencias de la caída del Muro, muy en consonancia con la victoria del neoliberalismo y la expansión de sus tentáculos por buena parte del globo, es el debilitamiento del Estado-nación como entidad rectora de los destinos de las sociedades. La tendencia histórica desde la década de los años 80 ha sido debilitar el poder del Estado a favor de otras fuerzas como las corporaciones transnacionales, las organizaciones multi y supranacionales, etc.

En conclusión, la caída del Muro de Berlín debe de verse de manera crítica. Por un lado, liberó a millones de seres humanas del yugó socialista. Pero apuntaló un sistema económico rapaz, deshumanizador y miserable. En la actualidad, ese sistema está caduco, mostró sus fallas y urge reemplazarlo. Ahora, a 20 años de la caída del Muro, es muy pertinente la pregunta que se planteara hace algunos meses el gran historiador británico Eric Hobsbawn: “Socialism has failed, now capitalism is bankruptcy, so what comes next?