sábado, 30 de junio de 2012

Carta a nulistas, abstencionistas e indecisos


I

Estimados amigos

La lucha por los derechos políticos en todo el mundo ha sido una verdadera odisea, con toda la carga griega del término. Un viaje lleno de peripecias, de victorias en contra de abusos al parecer eternizados, de distintos caminos tomados a través de la aparición de ideologías, como el liberalismo y el socialismo, que aunque diversas entre sí, vieron en la participación política a través del voto una condición indispensable para construir sociedades más iguales, más dinámicas, pero sobre todo, más justas.
    Votar no siempre ha sido una garantía tan fácil y normal como en la actualidad. La humanidad ha luchado infatigablemente para obtener este derecho y obligación simultáneas. Así fue de manera particular con aquellos grupos no privilegiados por el poder como las mujeres, las minorías étnicas y sobre todo los desposeídos, los pobres. Recordemos cómo para el liberalismo clásico decimonónico votar sólo podía ser una prerrogativa de los propietarios. Sólo así, de acuerdo a la teoría política lockeana, se podía construir un Estado capaz de garantizar el dinamismo económico y la estabilidad política necesarias para crear un mercado óptimo. Asimismo, recordemos cómo a raíz de la división del trabajo a partir de la era monolítica la mujer fue disminuida a mera garante del orden familiar, sin ninguna posibilidad de participar en la toma de decisiones sobre asuntos públicos. Ni si quiera la intromisión inmediata al ámbito social de revoluciones como la francesa, la mexicana, la rusa y la china, por decir las más importantes, supieron entronizar a la universalidad del género humano como agente de cambio en la política estatal.
    Sin embargo, los frutos de luchas sociales perseverantes como las de José María Morelos, Martín Luther King, Nelson Mandela, por señalar los casos más emblemáticos y guardando sus respectivas proporciones, modificaron estructuras mentales a través del trabajo perseverante, la resistencia civil audaz y en algunos casos el uso de la violencia focalizada. Muestra de ello es que los conceptos cambian a través del transcurrir de los años. En la actualidad la impronta liberal clásica ha mutado de manera sorprendente: cualquier individuo enemigo del sufragio universal, es etiquetado como conservador recalcitrante, hijo del medioevo o amigo del Ku Kluk Klan. Por consiguiente, la paulatina obtención del sufragio universal en la mayoría de los países del orbe fue una victoria contundente en contra del conservadurismo, el tradicionalismo, el tribalismo y todas las formas culturales conducentes a perpetuar la repartición del poder a un sector privilegiado, como los clanes, señores feudales, jerarquías eclesiásticas, casas reales, propietarios dueños del capital y burocracias corporativas como en el fascismo, el nazismo, el socialismo real y autoritarismos del tipo dictatorial como en América Latina, Asia y África.
    Votar no es pues ningún asunto menor. Representa uno de los pilares básicos sobre los que se crea el Estado. Es el mecanismo más inmediato que tiene la población para reemplazar a una clase dirigente en el poder. Legitima el orden político gobernante y, por lo tanto, responsabiliza así a la ciudadanía de procurar el establecimiento de una sociedad en la que la madurez de la democracia política pueda corresponder a las aspiraciones colectivas en materia de justicia social. Por consiguiente, el abstencionismo consciente es el acto más aberrante que pueda existir en el ámbito político. Ciertamente la ciudadanía tiene el derecho de manifestar su oposición a cualquier tipo de régimen. Pero en las sociedades democráticas de corte liberal abstenerse resulta ser una posición de comodidad , de intransigencia y sobre todo de irresponsabilidad cívica.
    Existe una máxima muy importante aplicable para todos aquellos creyentes en el abstencionismo: “a los actores políticos se debe juzgar por las consecuencias de sus actos, no por sus intenciones”. La intención del que se abstiene es manifestarse en contra de la totalidad de un sistema injusto. Por legítima desde el ámbito moral que ésta sea, la consecuencia de su acto es, sin embargo, perpetuarlo debido a la efectividad de la decisión que resulta del voto, consciente o no, efectuado por la población activa.  
II

A partir de 1988 la temporada electoral en México se ha manifestado como una época en la que la ciudadanía tiene la posibilidad de modificar la clase que nos gobierna. Se hizo evidente tras la controvertida elección de ese año que la voluntad popular SÍ podía hacer temblar a los hombres que tejen los hilos del poder. La materialización de este logro tuvo lugar en el año 2000, cuando el candidato opositor, Vicente Fox, ganó de manera contundente la elección presidencial. La traición de Fox a la democracia es evidente cuando hace algunos días declaró su decidido apoyo al candidato del partido que tanto “combatió” en su carrera como político. Eso resulta tan increíble como haber visto a Lutero dándole la mano al Papa arrepentido de su rebeldía.
    La también controvertida elección de 2006 significó la oportunidad de elegir entre la continuidad de la “transición”, la oportunidad de pugnar por un proyecto alternativo de nación o regresar al esquema imperante durante 70 años. Se eligió la primera opción y sus resultados también son más que obvios. Algunos de sus principales defensores se escudan en la ficción de la estabilidad macroeconómica para volver a votar por el PAN. Su argumento es válido, mas no verdadero. La economía mexicana no es justa bajo ninguna circunstancia. Se mantiene en niveles estables con base en operaciones complejas que la empatan con la economía global. Está hipotecada ante los poderes de la especulación financiera y depende en gran medida del capital internacional.
     Adelgazar al Estado es una política necesaria, responsable y efectiva para dinamizar el mercado interno, crear pequeñas y medianas empresas en sectores estratégicos y por lo tanto, generar empleos.  Sin embargo, la política económica neoliberal no ha estado acompañada por la efectiva implementación de instituciones, leyes y políticas públicas que fomenten la competitividad, la innovación y el dinamismo económico. Más aún, las leyes e instituciones que de manera simbólica se han creado han estado corroídas por el flagelo lacerante de la corrupción, el clientelismo y el tráfico de influencias. Funciona en México un “crony capitalism”, por usar la expresión del Nóbel de Economía Joseph Stiglitz. Es decir, un capitalismo que fomenta el estancamiento, que se justifica a sí mismo por mantener niveles tolerables de inflación, pero que, como bien señaló la CEPAL en su último informe, genera el mayor lastre de pobreza en el continente. Además, la base macroeconómica que ha posibilitado a México no caer en crisis tan tremendas como la griega o la española, no fue ni si quiera trabajo del PAN, sino idea e implementación del PRI neoliberal de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo.
    No nos confundamos. Haber sorteado una crisis de manera pírrica, en ningún momento equivale a señalar que la política económica ha resultado ser un éxito. Parece ser que a muchos economistas se les olvida que la economía no es sólo una ciencia o una disciplina compuesta de variables matemáticas complejas. La economía va más allá. Debe ser ante todo un pilar sobre el cual erigir una plataforma de desarrollo social. Por lo tanto, un modelo económico que no privilegie la justicia social es por demás fallido. Si queremos pruebas basta viajar al “México profundo”, a aquel sector olvidado, improductivo y erosionado, no sólo por las inclemencias del tiempo, sino sobre todo por la falta de realismo en la elaboración de las políticas económicas. La realidad y la experiencia exceden siempre a la teoría y la especulación. Parece ser que la clase política gobernante no ha entendido nunca esta ecuación.  
   Fuera del argumento económico no existe motivo alguno para darle continuidad a una “alternancia” que ha demostrado su efectividad en generar violencia y su ineptitud para mejorar la calidad de la educación, combatir la corrupción en todos los niveles procurar un sistema de impartición de justicia equitativo y luchar activamente por los derechos de nuestros migrantes en Estados Unidos.
     El cambio pues es una necesidad, no un lujo ni un experimento. A partir de 1988 han comenzando procesos bastante significativos como el fortalecimiento de la participación ciudadana en las elecciones. No podemos ser ciegos ante este acontecimiento. Es a través de este medio como podemos encausar la transformación de México. Valdría la pena preguntarse si no estamos dispuestos a aceptar este medio de cambio. ¿Preferiremos entonces la revolución?

III

El Distrito Federal es el hecho más concreto del poder transformador del voto. A partir de la primera elección democrática en 1997, la oposición emprendió un proyecto renovador de la ciudad que ha dejado buenos resultados para la población. Todas las asignaturas de la administración pública han mostrado un cambio a la antaño regencia autoritaria desde Los Pinos. Poblaciones vulnerables como personas de la tercera edad, estudiantes de colonias marginales por decir algunos, tienen más acceso a servicios, son consideradas en programas sociales y por lo tanto tienen más oportunidades de mejorar su calidad de vida. Asimismo, los niveles de inseguridad han disminuido de manera importante. A pesar de su tamaño demográfico, la capital no tiene niveles de inseguridad como Culiacán, Nuevo Laredo, Torreón, ni que decir de Juárez. Asimismo, el transporte público se ha ido renovando paulatinamente. El apoyo a la cultura ha sido inusitado. Actualmente la Ciudad de México es el corazón cultural de Iberoamérica.
    El gobierno ha utilizado a la iniciativa privada para propulsar sus iniciativas. ¿Ha sido populismo? Por supuesto que no. Vayamos de nuevo a los conceptos pues el populismo en filosofía política se caracteriza por ser la ideología puesta en servicio de la satisfacción de las necesidades políticas de las masas con tal de perpetuar una burocracia corporativa en el poder en contra de los intereses privados. En la ciudad de México se ha ratificado democráticamente al proyecto comenzado por Cuauhtémoc Cárdenas, la iniciativa privada ha sido pivote del desarrollo y la clase media ha vuelto a decir SÍ cada seis años. ¿Por qué no llevar este esquema al plano nacional?¿Por qué no votar por Andrés Manuel López Obrador?¿Por qué tenerle miedo al cambio?¿Por qué seguir viviendo atados a las cadenas del prejuicio y la desinformación?¿No nos dice nada la campaña de desprestigio emprendida por el aparato multimedia de este país contra el tabasqueño desde su gestión en la capital?
    Considero que no estamos en momentos fáciles de la vida nacional. Necesitamos cambiar. Aspirar a un México mejor. Ciertamente el cambio no lo trae un solo individuo. Es evidente que la transformación radical de una sociedad requiere del arduo trabajo de cada uno de sus integrantes. De la dedicación constante y perseverante de todos los individuos que forman su engranaje. Sin embargo, también es cierto que se necesitan hombres adecuados que sepan encausar la fuerza productora de cada persona. Que sepan poner en alto los intereses de la población por encima de las cúpulas económicas, corporativas y políticas. Yo les pregunto si lo ha hecho el PRI y el PAN a nivel federal. Es evidente que no.
    Anular el voto es una expresión legítima y legal, pero ante todo es una decisión cómoda y poco audaz. Todo cambio en la vida de las personas requiere audacia, coraje y esperanza. Valoremos pues el arduo camino que han recorrido nuestros antepasados en la obtención del sufragio universal y rindamos tributo a la lucha de la humanidad ejerciendo este derecho. Informémonos también de cómo han sido verdaderamente las cosas en la historia reciente de este país y sabremos que el PRI y el PAN han abusado del poder en beneficio propio. Dejemos de creer en prejuicios y asumamos nuestra responsabilidad ciudadana en beneficio de toda la nación. Otro México es posible y lo mejor de todo es que está en nuestras manos comenzar a cambiarlo.
     Ciertamente la democracia no es la panacea para cumplir el fin de una sociedad justa, pero sí uno de sus principales medios. Es increíble tomar conciencia de cómo a través de nuestra voluntad y acción podemos coadyuvar al establecimiento de un mejor gobierno. Vale la pena intentarlo. Ya lo hicimos en el año 2000 y fracasamos. No veo por qué debamos de abstenernos de apostar por un cambio otra vez. Es nuestra responsabilidad como personas privilegiadas en la educación. Debemos de aprovechar esa sabiduría pues como dijo el sabio griego Epícteto hace miles de años, “el hombre sabio no debe abstenerse de participar en el gobierno del Estado, pues es un delito renunciar a ser útil a los necesitados y una cobardía ceder el paso a los indignos”.

miércoles, 23 de mayo de 2012

México y las elecciones de 2012 (I)



PELIGRO DE UNA REGRESIÓN FATAL



Partir de la desesperanza, el pesimismo y la angustia social para analizar un fenómeno político de la magnitud de una elección presidencial es una actitud cómoda para todos aquellos individuos posibilitados de ejercer la herramienta filosófica más poderosa para reconstruir los cimientos sociales: el pensamiento crítico. La presente serie de reflexiones se basa en la premisa de que México es un país que ha cambiado esencialmente en los últimos 20 años. El autor afirma que han existido procesos estructurales que han hecho pensar que el rumbo de la historia puede ser mejor si se toma conciencia de que las generaciones presentes somos responsables de continuar con la correcta marcha hasta el momento emprendida, enmendar las situaciones en donde claramente se ha visto que el fallido cambio ha resultado en algo testarudo, irresponsable e inconsciente y proponer acciones en todos los niveles para reconstruir el presente, asumir sin negar el pasado y planear el futuro.
       Resulta evidente afirmar que todo proyecto de reconstrucción de un orden social debe pensar en los que vienen detrás de nosotros, en aquellas criaturas que aun sin aparecer físicamente ya se proyectan en el horizonte que crea la práctica constante del verdadero amor entre dos seres humanos. Su reconocimiento explícito implica asumir la gigantesca tarea que requiere mirar globalmente y tener audacia para actuar con decisión en nuestro entorno inmediato: conjuntar la destreza mental con dos horizontes que determinan los alcances y límites de la voluntad del hombre: tiempo y espacio.
     Para transformar cualquier estructura social, aspirar a modificar un régimen político, luchar con fervor por alcanzar una revolución cultural y contribuir a desarticular un injusto sistema económico se requiere conjuntar en todas sus variables la interpretación que la mente humana hace de estos dos elementos: tiempo y espacio. Larga y corta duración, lejana y cercana distancia, pequeña y grande magnitud, fuerte y débil impacto: opuestos todos que vistos a nivel global se convierten en aliados inseparables, ecuaciones imprescindibles, productos sofisticados del pensamiento crítico. Por consiguiente, el verdadero cambio en cualquier ámbito de la humanidad sólo se puede dar si cada una de las personas que habitan un espacio, que asumen la temporalidad de su capacidad de acción viven de acuerdo a la siguiente noción: el hombre es un ser que puede recrearse a sí mismo, proceso que a su vez conlleva de suyo a recrear su entorno y transformar su realidad.
      La noción de que el hombre puede recrearse a sí mismo, modificarse y aspirar a redimirse es un gran avance del pensamiento moderno que tiene sólo un par de siglos de formar parte del imaginario colectivo de las sociedades en todo el mundo. Hegel concebía al pensamiento como el medio mediante el cual el hombre se producía a sí mismo. Marx “volteó” la estructura de pensamiento idealista para afirmar que efectivamente el hombre se produce a sí mismo, pero no sólo a través del pensamiento o enriquecimiento del espíritu sino más bien a través de la conjunción de la relación entre la naturaleza y la capacidad física del hombre: el trabajo como herramienta redentora y transformadora de la realidad.
         Introducir este postulado filosófico no es ocioso si se toma en cuenta que para modificar el curso de una elección presidencial es necesario considerar que los ciudadanos tienen la oportunidad de recrearse a sí mismos, de producir su propia realidad no sólo a través del trabajo y del pensamiento, sino de ambas consideraciones. Votar es un acto muy importante de los millones que existen para recrear nuestra sociedad. Ni la ortodoxia marxista materialista atea, ni el idealismo reaccionario hegeliano. Desde tiempos de su concepción, la negativa de ambas propuestas ha degenerado en la proposición de sistemas de “interpretación” de la realidad que tienen como base el pesimismo, el relativismo y la desesperanza. Cualquier referente a la posmodernidad no es ninguna casualidad.
     Asumir la falta de capacidad de acción, voluntad transformadora e inventiva revolucionaria es pensar como Sartre cuando afirmó que la muerte de un hombre es como matar a dos pájaros de un tiro pues “yace en el suelo un hombre muerto y un hombre libre”. Antítesis de la cultura de la vida, una oda al nihilismo: nada vale, nada se puede hacer, todo está realizado, la historia se impone, no se crea.
      Hannah Arendt enfatizó el elemento revolucionario por excelencia en las mentes de los individuos que tuvieron el coraje de modificar con las manos el curso del reloj de la historia: “la pasión por la compasión”, por el sufrimiento del de enfrente. La actitud pesimista es reaccionaria ante esta consideración. Parte del supuesto de que  no, nada se puede modificar. La obediencia, enmascarada de fuga de la realidad, es el único camino, uno de pasividad, inacción y egoísmo. El mismo Schopenhauer afirmó que “la compasión es la esencia misma de todo amor y solidaridad entre los hombres”. Pasión por la compasión, solidaridad y amor, valores que la filosofía política ha tomado prestados de la ética para explicar la actitud de los hombres ante los vaivenes de la historia.
     Es importante mencionar este tipo de consideraciones filosóficas porque como sociedad se ha llegado a la creencia en la inevitabilidad del destino. Es puritanismo puro o puro puritanismo, como se le quiera etiquetar, el asumir creencias “predestinadas”. En este sentido, Enrique Peña Nieto se erige como un predestinado políticamente: Calvino estaría feliz de ver cómo el inconsciente colectivo no sólo cree sus conceptos sino que los seculariza y vive en carne propia. Se asume que será inevitable que el mexiquense llegue a la presidencia o que si llega, la tragedia se cernirá sobre nosotros y todo estará perdido. No se trata de tener fe ciega en la alta política, ni si quiera de vapulear a tan noble arte, sino de asumir la “politicidad” de nuestra vida y dejar de considerar al ejercicio electoral como un corte de caja, gestor de proyectos de vida, asesino de sueños por construir.
      Cuando Bolívar Echeverría aseguró que no todo en la política es político, ni todo lo político es política, llamó la atención a los hombres dedicados a las humanidades y las ciencias sociales para reflexionar en torno a cuándo sí se puede actuar dentro de un marco político formal o institucional y cuándo debe hacerse por otros medios. No es el objetivo de este texto enumerar, explicar y analizar esos medios no institucionales para modificar un sistema político, más bien, lo que se defenderá es la necesidad que actualmente se tiene de votar en las siguientes elecciones para evitar el acenso a la presidencia de un sujeto que representa a un proyecto oligárquico nocivo para la regeneración de la sociedad mexicana.

Líneas arriba se mencionó que el país había transitado por cambios históricos dignos de considerarse como loables en la búsqueda de una mejor sociedad. No se puede hablar con responsabilidad si todo el tiempo se afirma que en México “nada ha cambiado”, que “todo sigue igual”, que “todo es lo mismo”, “seguimos como siempre”. Se puede esperar ese tipo de afirmaciones por parte del grueso de la sociedad, del ciudadano de a pie. Es muy probable que para millones de mexicanos exista un estancamiento individual tan frustrante que esas verdades sean inamovibles. Aunque, como se verá más adelante, también existen elementos para refutar semejantes sentencias. Sin embargo, de algún integrante del mundo académico, intelectual, profesional o llámese como se llame, no se puede esperar clamor tan condenatorio.  Jorge Carpizo, en su momento, llamó a este tipo de individuos como los “ayatolas mexicanos”, conservadores que se escudan en el miedo al cambio diferente al de sus atrincheradas y rancias ideologías: ultracatólicos, comunistas, socialistas, anarquistas, neozapatistas, populistas, nihilistas, posmodernos, etc. 
     Debemos partir entonces de que el México actual es mejor que el México de hace 20 o 30 años. En el rubro político y económico se han dado avances  dignos de mencionarse.
       El argumento popular que más se escucha en taxis, filas de tiendas, en el campo y en todos los lugares en donde crea su mundo la fatigada clase trabajadora de este país es que antes “las cosas estaban mejor”, “robaban pero dejaban robar”, “había corrupción pero repartían el dinero”, “circulaba más efectivo”, “había menos pobreza”, “todo estaba más barato”, “antes alcanzaba con el salario mínimo”. La percepción de la ciudadanía es importante porque sirve como termómetro para entender porqué la tendencia electoral hacia Peña es tan sólida. Pero eso es el nivel discursivo, aun cuando en las vidas personales de las familias de la clase popular parezca existir un estado de completo estancamiento o retroceso económico la realidad es diferente. Es importante señalar brevemente por qué se afirma semejante consideración tanto a nivel micro como macro.
     En el nivel micro la economía se ha dinamizado en muchos aspectos. A partir de las reformas económicas proyectadas desde el sexenio de Miguel de la Madrid y comenzadas de manera sistemática con Carlos Salinas de Gortari el mercado interno mexicano se ha vigorizado en muchos aspectos. La sociedad tiene mayor opción de compra en rubros como bienes de consumo duradero, manufacturas, productos ensamblados, ni que decir de la industria de los servicios. La oportunidad de libre asociación económica y la creación de pequeñas y medianas empresas se disparó de manera espectacular a partir de los años ochenta y hoy las pymes son un pilar importante de la economía nacional. Es cierto que el efectivo escasea y que antes alcanzaba para más, pero esto era a costa del mantenimiento de una burocracia excesiva y una política macroeconómica que tarde que temprano resultaría en una crisis de tremendas proporciones. (Ojo, la crisis de 1994 fue de diferente naturaleza, tuvo como origen la excesiva descapitaliación de las finanzas del país por una creencia fundamentalista en el neoliberalismo). Ciertamente, en la actualidad la burocracia sigue desfalcando las arcas nacionales, pero comparado con el volumen económico que demandaba el mantenimiento de los subsidios, de las miles de empresas innecesarias con el PRI estatista la economía popular se ha hecho más dinámica.
     A nivel macro la asignatura en la que más ha mejorado el comportamiento de la economía nacional es el control de la inflación. En 1988 se llegó casi al 180%, mientras que actualmente a pesar de la crisis financiera global, la inflación no ha subido del 4%. (Banco Mundial, 2011) En este sentido la política económica implementada a partir de Carlos Salinas ha sido exitosa y aquellos que busquen algún argumento contrario basta invitarlos a ver las crisis en países europeos como España, Grecia, Portugal e Italia. En todos esos países el derruido Estado de bienestar ha pagado el precio de la vorágine capitalista neoliberal, mientras que en México no ha sido necesario implementar políticas de austeridad tan salvajes.
     A pesar de todos estos avances en materia económica, sigue existiendo una asignatura pendiente en la que Enrique Peña no aportará ningún cambio: la reforma fiscal. Es muy preocupante que el priísta no hable de manera contundente sobre esta cuestión. Sin reforma fiscal no puede haber un cambio integral en la búsqueda de terminar con las enormes diferencias sociales que existen en México. El regreso del PRI a Los Pinos significaría regresar a viejos vicios clientelares, que aunque, desde luego, no habían sido abandonados del todo con el PAN, sí habían sido menos difíciles de llevar a cabo debido al fomento de la transparencia y la rendición de cuentas comenzada en la última década del siglo pasado. La institucionalización de estos procedimientos políticos peligra de regresar el PRI a la presidencia. Ese es un partido cuya esencia misma es la creencia que desde el poder todo se puede seguir ocultando, que la ciudadanía misma está dormida en un lecho de conformismo e inacción.
      La administración de Peña en el Estado de México estuvo plagada de irregularidades en todos los ámbitos de la administración pública y la materia fiscal no fue la excepción. Tal como lo documentó de manera magistral Jenaro Villamil en su trabajo periodístico Si yo fuera presidente, el manejo de las finanzas del estado se llevó a cabo con el mayor secretismo posible, se permitieron tergiversaciones y desvíos de fondos públicos, pero sobre todo se alcanzaron niveles de corrupción tan escandalosos que de llevarse a nivel nacional ocasionarían más problemas al comportamiento de la economía mexicana.
     En suma, en el ámbito económico han existido mejoras en los últimos 20 años. En algunos aspectos el balance es positivo, sin embargo, por supuesto que cambios estructurales en la política económica neoliberal son más que necesarios. El desigual repartimiento de la riqueza sigue siendo un terrible lastre, restregado constantemente por organizaciones internacionales como mostró el último informe sobre pobreza en América de la CEPAL. Lo preocupante es que, de ganar la presidencia, Peña reproducirá viejos vicios, continuará con iniciativas tan testarudas como el TLC en el rubro agrícola y en las asignaturas en donde se ha avanzado, como en la rendición de cuentas, definitivamente se retrocederá.
     En el ámbito político los avances de México con respecto a hace 20 o 30 años son más palpables que en el económico. La participación ciudadana se ha manifestado de manera sorprendente en las elecciones de 1988, 2000 y 2006. El voto en estos años se ha manifestado como una verdadera herramienta de cambio. El ciudadano acarició, para después encontrar una amarga desilusión, las mieles del cambio con Fox y la posibilidad de enmendar la plana en la última elección federal. Semejante vida política hace 30 años era impensable. Aquel régimen unipartidista, cuasiomnipotente fue vapuleado por la ciudadanía en la elección de 2006, pero ahora, con la figura de Enrique Peña a la cabeza, espera con ansias su regreso a la dimensión que lo vio nacer hace más de setenta años: el poder. El centralismo, gran tragedia mexicana desde tiempos decimonónicos, espera vigorizarse de llegar el mexiquense a la presidencia.
     Recientemente el candidato de la coalición “Compromiso por México” “lanzó” un decálogo político. Si Alicia tuviera elecciones en su país habría copiado a Enrique Peña su maravilloso documento. Aquí la pregunta que se debe lanzar a la palestra es si es realmente plausible creer que de llegar a la presidencia realizaría lo prometido. Demasiada ingenuidad – ¿o ignorancia?- después de ver los excesos de su administración en el Estado de México. Todas sus propuestas son loables, libertades políticas a todos los miembros de la sociedad, límites democráticos al ejercicio del poder, “rechazo a la discriminación, impulso al diálogo entre poderes, garantizar elecciones libres, avanzar en la transparencia y rendición de cuentas y replantear la relación política del gobierno federal con estados y municipios”. Nada nuevo bajo el sol en términos discursivos, aunque si esto se cumple habría que cambiar el dicho popular pues diríamos ahora ¡los olmos ya dan peras!
     México se encuentra en serio peligro. Todos sabemos su nombre, no precisamente porque sea una persona con demasiado poder. De hecho, lo que caracteriza a Enrique Peña Nieto es la total ausencia misma del acto humano más gratificante, placentero y satisfactorio que la mente pueda corroborar a través de la acción: el poder. Vayamos a la teoría para comprender este fenómeno tan peculiar en la historia política moderna.
    El derecho clásico romano legó al pensamiento moderno tres fuentes de poder que caracteriza la organización de la polis, (llámese Estado en tiempos modernos): auctoritas, potestas e imperiumAuctoritas se refiere al poder que se confiere por el reconocimiento público, por el prestigio, la fama, sabiduría, confianza y experiencia. Huelga afirmar que Peña no tiene ningún prestigio, buena fama o sabiduría. Experiencia política desde luego que sí, gobernar el estado más importante del país algo deja, pero desafortunadamente en política la experiencia no necesariamente significa buen gobierno.
    Potestas tiene diferentes acepciones, pero a partir de la Ilustración fue muy claro que esta fuente de poder recayó en el pueblo, para dejar de ser un atributo de los magistrados, legisladores, administradores, interpretadores y observadores de la aplicación de la ley para el correcto funcionamiento de la sociedad. El desarrollo del término de soberanía popular, a través del cual la sociedad se convertía en su propia gobernante, -la voluntad general de Rousseau-, obscureció la potestad ejercida por el magistrado como individuo. En términos de poder de un magistrado, potestas, era precisamente la función que detentaba para llevar a cabo su labor política. Su cargo mismo legitimaba el poder que ejercía. Peña asumiría técnicamente este poder por las mismas implicaciones del ejercicio de gobierno. Sin embargo, proponer leyes, decidir sobre controversias y aplicar justicia no es un atributo que competa el ejecutivo federal sino al poder judicial y legislativo. En este sentido, la potestad presidencial sólo se reduciría a proponer o vetar leyes. Entonces, ¿tendría realmente poder?
     La tercera fuente de poder es imperium. Su carácter era más coercitivo que administrativo, legislativo y organizacional. Imperium confería el poder de control sobre las tropas al cónsul, procónsul, dictador o emperador según la época en la historia romana. Con la aparición del constitucionalismo occidental, a partir de la independencia de Estados Unidos, fue de uso común en las doctrinas de legitimación de gobierno de las repúblicas poner todo el poder de las armas solo a disposición de la cabeza del Ejecutivo. Este ejercicio de poder ha resultado ser el más problemático en la era tecnológica. Ha devenido en masacres y genocidios propiciados por todo tipo de organización política:  repúblicas “mesiánicas” en Saigón o Bagdad, monstruos burocráticos en Siberia o Auschwitz, “letradas” dictaduras en Buenos Aires y Santiago: todos han abusado de su voluntad de poder coercitivo de manera estrepitosa para sus sociedades.
      En México este ejercicio de poder tuvo un periodo igual de tremendo que en otras regiones con la guerra sucia de los años 70. Pero ni si quiera estos abusos generaron la convulsión social tan generalizada que la guerra contra el narcotráfico ha  propiciado: Calderón será juzgado por la historia por ser, después de Victoriano Huerta y Plutarco Elías Calles, el mandatario cuyo ejercicio del poder coercitivo (imperium) sumió al país en un estado generalizado de violencia tan nocivo para el ya de por si descompuesto tejido social en México.
     Conjuntar este poder con una personalidad política como la de Enrique Peña, como ciertamente ya lo mostró en Atenco, no es nada esperanzador. Y requiere tener cierto grado de locura- “esquizofrenia colectiva” diría Frued- pensar que elegir a este candidato podría mejorar las condiciones de la sociedad. Si un Calderón, que antes de ser presidente nunca en su vida política había si quiera soñado con ordenar el disparo de una pistola, mostró los riesgos del poder militar usado sin inteligencia  alguna, qué se puede esperar de un Peña que ya experimentó el placer que genera la represión y la violencia.





        Aquellos “indecisos” electoralmente hablando; aquellos “ultras”, “radicales”, “críticos”; aquellos “altermundistas”, “globalifóbicos” y “anticapitalistas” que volteen a ver a su alrededor. Piensen bien en la inconsciencia que representa boicotear un proceso electoral y permitir una posible regresión fatal para la vida nacional en México. Las circunstancias del momento han condicionado que la única manera de evitarlo sea votando no sólo en contra de Peña, sino a favor de Andrés Manuel López Obrador, un candidato que si bien no es la salvación de este país, -no existen mesias políticos- sí puede sentar las bases para que NUESTRA generación, una alejada de esta partidocracia, de esta podredumbre burocrática y de esta farsa mediática, pueda construir día a día con más ahínco y audacia una sociedad libre, fraterna, y sobre todo, justa.