domingo, 29 de septiembre de 2013

El golpe en Chile, Harald Edelstam y la tradición humanitaria sueca



Era una fría mañana de invierno en Santiago cuando lleno de audacia, no obstante el asedio de las fuerzas golpistas, Salvador Allende comenzó su último discurso en el Palacio de la Moneda. Aún retumba en las generaciones venideras la esperanzadora frase: “De nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una mejor sociedad”. Últimos estertores de un hombre con profunda vocación social y, sobre todo, voluntad política para llevar a cabo sus intenciones. Naturalmente, la instrumentación de su proyecto de gobierno no fue bien vista por los sectores privilegiados de la oligarquía chilena ni, desde luego, por la cúpula militar.


     Quedan pocas dudas de la intervención de Estados Unidos en el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Desde su elección en noviembre de 1971, el gobierno de Richard Nixon veía con preocupación la agenda social de Allende, pues amenazaba los intereses de corporaciones mineras estadounidenses, especialmente las dedicadas al comercio del cobre. Pero la colusión norteamericana con los golpistas fue aún más evidente en los años subsiguientes, cuando Chile se convirtió en el primer laboratorio real en donde se experimentó con las nuevas teorías económicas producidas en las aulas universitarias de Chicago y Harvard. Augusto Pinochet -no Reagan ni Thatcher- fue el primer líder en el mundo que implementó políticas liberalizadoras con el afán de reestructurar un Estado de bienestar. Milton Friedman, principal arquitecto de esta revolución financiera, escribió en sus memorias que el objetivo de sus reuniones de 1975 con Pinochet en Santiago era reducir la estratosférica inflación de 900 % producida por “casi más de cuarenta años de tendencias hacia el colectivismo, el socialismo y el estado de bienestar” en Chile. La clave de la recuperación del país andino, según este premio Nóbel, era reducir la inflación exacerbada durante los tres años de la presidencia socialista de Allende, superar el déficit que la acompañaba, por tanto, restringir la impresión de papel moneda, poner en manos privadas la administración del sistema estatal de pensiones y, desde luego, liberalizar el comercio. Se trataba de un programa financiero drástico, radical y completamente novedoso en la historia económica mundial.

       Semejante radicalismo financiero precisaba de un radicalismo político y militar para preservar a la nueva clase política en el poder. La ignominiosa manera con que fue derrocado el presidente socialista sirvió como preámbulo ominoso de la tragedia humanitaria que se avecinaría sobre Chile los años siguientes. La capital Santiago se sumió en el caos inmediatamente después del bombardeo al Palacio de la Moneda. Ante semejante emergencia existieron esfuerzos internacionales para salvaguardar la integridad de los opositores al ejército, cuyas vidas estaban en riesgo por ser simpatizantes de Allende. A nivel internacional ese esfuerzo fue tímido pues recordemos que eran años álgidos de la guerra fría. Sin embargo, existió un hombre excepcional frecuentemente olvidado en los pormenores de aquellos aciagos días en Chile. Se trata del diplomático sueco Harald Edelstam, quien salvó a decenas de refugiados de varias naciones latinoamericanas de caer en manos de las fuerzas golpistas.

      Edelstam llevaba un año como embajador de Suecia en Chile al momento del golpe. Forjó su talento diplomático nada más y nada menos que en los años más cruentos de la Segunda guerra mundial, primero en Berlín y luego en Oslo de 1942 a 1944. En la capital noruega comenzó su decisiva acción a favor de los grupos perseguidos por el poder opresor, judíos y miembros de la resistencia noruega ocupada por los nazis. Sirvió como enlace entre los miembros del grupo de resistencia Hjemmefronten y disidentes alemanes antinazis. Además de posibilitar el traslado de refugiados a la vecina Suecia neutral, Edelstam, aprovechando su condición de diplomático, proveía información a un periódico ilegal de la resistencia. Fue apodado por los miembros de la resistencia como el “clavel negro”. Gracias a su labor informativa, salvó cientos de vidas amenazadas por los servicios secretos nazis. Acabada la guerra, Edelstam fue alto representante del gobierno sueco en países como Vietnam, Turquía, Indonesia y Guatemala. El clima de inestabilidad en estos países del mundo subdesarrollado apuntaló su experiencia diplomática, situación que se reflejaría a lo largo de la crisis humanitaria chilena inmediata al golpe.

    Edelstam simpatizó con Allende desde su elección como presidente. Sostenían reuniones con frecuencia, muchas de ellas informales y fuera de protocolo. Inmediatamente después de la caída del Palacio de la Moneda el diplomático sueco comenzó una campaña diplomática para exponer al mundo los abusos del ejército en contra de la población civil. Recordemos que para el tiempo del golpe ya se habían instaurado dictaduras militares en Uruguay y Brasil. Miles de exiliados fueron acogidos por el gobierno socialista de Chile en un acto de solidaridad política. Justo esos exiliados fueron los primeros objetivos de los militares en sus redadas para capturar amigos de Allende, porque según los militares el futuro de un “nuevo Chile” estaba en peligro con socialistas en “casa”. Por lo tanto, a partir del 11 de septiembre de 1973 los exiliados sudamericanos se convirtieron en el grupo social más vulnerable en Chile pues eran perseguidos por sus gobiernos respectivos y ahora por el gobierno que los acogía; literalmente quedaban sin ningún tipo de garantías en la preservación de sus derechos humanos. Edelstam concentró su labor humanitaria en favor de estos refugiados. Firmó salvoconductos mediante los que pudieron salir del país cientos de uruguayos, brasileños e individuos de otras nacionalidades latinoamericanas simpatizantes del proyecto socialista de Allende. Este trabajo hormiga del diplomático sueco se complementó con un acto heroico que también salvó vidas y la dignidad de un país.

     Edelstam capturó los reflectores de la prensa internacional en un acto inusual en el ámbito diplomático. Aprovechando su inmunidad como embajador, además de sus canales de información privilegiados, se anticipó al bombardeo de la embajada cubana por una escuadra chilena leal a los golpistas. Las escuadras golpistas estaban dispuestas a castigar a Cuba por su abierto apoyo al gobierno socialista chileno. Sin embargo, Edelstam llegó a la sede cubana justo al mismo tiempo que las tropas chilenas. Una nota del New York Times del 29 de septiembre de 1973 apuntó que “prácticamente solo, Harald Edelstam salvó la embajada cubana de ser atacada por el ejército chileno”. En coordinación con Olof Palme, ministro de relaciones exteriores de Suecia, negoció con el ejército chileno la evacuación segura del personal cubano de esa sede diplomática. Al día siguiente izó la bandera sueca en el edificio, de modo que cualquier acto de violencia en contra de esa sede, se habría considerado como un acto de agresión en contra de Estocolmo. Asimismo, gracias a la información de inteligencia a la que tenía acceso, Edelstam se aventuró a rescatar 58 uruguayos tuparamos, (miembros de la guerrilla urbana del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaro) encerrados en el Estado nacional de Santiago, que para ese momento se había convertido en un campo de concentración. Una serie de actos posteriores le valió ser etiquetado por el gobierno chileno como persona non grata. El 5 de diciembre de ese año la junta militar decidió expulsarlo del país. Así terminó su labor humanitaria a favor de los perseguidos políticos. La memoria chilena recuerda al “clavel negro” como un hombre comprometido con la lucha por los derechos humanos.

     La labor humanitaria de Edelstam no es un hecho aislado en la historia diplomática sueca. Su historia recuerda otras dos personalidades que maniobraron políticamente en contextos en donde reinaba la barbarie. En abril de 1945 el diplomático sueco Folke Bernardotte trabajó arduamente para gestionar la liberación de más de 31,000 prisioneros del campo de concentración de Thereinsestadt en la actual República Checa. Los relatos más detallados de aquellas negociaciones afirman que Bernardotte negoció con el brazo derecho de Hitler, Heinrich Himmler, para liberar a prisioneros judíos, mujeres, niños, gitanos, homosexuales, y disidentes antinazis húngaros, alemanes y checos. Acabada la Segunda guerra mundial, Bernardotte fue elegido por el Consejo de Seguridad de la ONU para dirigir el proceso de paz entre Israel y Palestina. Sin embargo, paradójicamente, fue asesinado el 17 de septiembre de 1948 en Jerusalem por un grupo fundamentalista judío que despreciaba su pragmatismo e imparcialidad a favor de la paz.

     Raoul Wallenberg fue otro diplomático sueco cuya labor humanitaria sobresalió durante el holocausto judío. Durante su gestión como representante del gobierno sueco a Hungría salvó a miles de judíos húngaros al darles refugio en las sedes diplomáticas suecas en Budapest y expidió salvoconductos para trasladarlos a Suecia. Wallenberg fue detenido por los comunistas acusado de espionaje después de la caída de la capital húngara a manos del Ejército Rojo en enero de 1945. Acabó sus días en un campo de concentración en la Unión Soviética, su cuerpo nunca se encontró.

     
Actualmente, Suecia sigue haciendo honor a su tradición humanitaria. El 3 de septiembre de este año la prensa internacional publicó la noticia de que el gobierno de Estocolmo prepara una política de asilo a los sirios que ya estén en el país escandinavo. Esto quiere decir que los refugiados sirios que hayan entrado de manera ilegal en años pasados podrán aplicar para gozar del estatuto de refugiado. Se estima que más de 14,000 sirios están indocumentados en ciudades suecas, por lo tanto, el proyecto de ley beneficiará a miles de familias perseguidas por el fantasma de una terrible guerra que los despojó de todo. Suecia no es el único país de la Unión Europea con indocumentados sirios dentro de sus fronteras. Según datos del ACNUR, por obvias razones geográficas, Italia es el país europeo con más refugiados sirios. También hay en Alemania, Austria, Grecia y países balcánicos. Se requiere un esfuerzo de solidaridad internacional que libere algo de la presión demográfica que enfrentan Líbano, Turquía e Irak, países de Medio Oriente que han absorbido más del 90% del flujo migratorio sirio. Sucia puede ser el país líder en este esfuerzo tan necesario para la humanidad. Edelstam, Bernardotte, Wallenberg y el mundo entero estarían orgullosos de ver concretada la promesa del gobierno sueco. El mundo necesita de una diplomacia activa, no de gabinete ni cocteles, sino de la acción política pragmática en el terreno que tenga como principal objetivo concretar acciones en beneficio de todos los seres humanos vulnerados por el azote inmisericorde de la guerra.