sábado, 11 de abril de 2015

Binomio inhumano

Emilio González G
Publicado en Reforma, 10 de abril de 2015,


“Me dijeron que el viaje era peligroso, pero si me quedaba me iban a matar”. Así respondió un joven hondureño de 28 años cuando le pregunté por qué decidió cruzar México sin papeles. Juan era policía municipal en un barrio de San Pedro Sula controlado por las pandillas. Se negó a surtir armas de contrabando a la mara en poder de la colonia. Su superior dio la orden. En efecto, no tenía escapatoria.
            Casos como el de Juan abundan en la red de albergues de la sociedad civil establecida a lo largo del territorio mexicano. Policías honestos que se niegan a corromperse, jóvenes y niños que rechazan el reclutamiento de las pandillas, choferes que se resisten a transportar droga, pequeños empresarios y comerciantes hartos de extorsiones y secuestros.
            La dimensión de la violencia criminal en Honduras, Guatemala y El Salvador es descomunal. Según la ONU, estas repúblicas están en la lista de los 10 países con mayor índice de homicidios en el mundo. En 2014, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados publicó dos informes sobre niñez migrante centroamericana que evidencian la violencia criminal como motivo principal para que niños y adolescentes no acompañados huyan de sus países. En un hecho insólito en la política estadounidense, Obama calificó en junio de 2014 como una “crisis humanitaria” la sobrepoblación de estos niños en los centros de detención de la frontera con México.
            Ante un problema humanitario se esperarían soluciones humanitarias. Sin embargo, los gobiernos de México y EU han reaccionado de manera contraria. Sellar las fronteras y deportar es su binomio inhumano favorito. A fines de 2014, Save the Children afirmó que las autoridades migratorias de ambos países deportaron 18,000 niños del Triángulo Norte. La mayoría de las peticiones de refugio se negaron.
            Asimismo, hace unas semanas, Obama premió la presidencia de Juan Orlando Hernández con un paquete de ayuda de más de 300 millones de dólares. Hernández, cuando estaba en el congreso hondureño, apoyó el golpe contra Zelaya. Su presidencia se ha caracterizado por altos niveles de corrupción, criminalidad rampante, impunidad y persecución política a opositores. Incluso dentro del Congreso estadounidense ven con incredulidad este plan. "En Honduras hemos gastado billones de dólares en dos décadas y solo hemos visto la situación empeorar”, espetó a John Kerry un senador durante su reciente comparecencia en el Senado.
            Peña Nieto, por su parte, un mes después de la famosa declaración de Obama en julio de 2014 sobre la crisis humanitaria de los niños no acompañados, puso en marcha el Plan Frontera Sur. Su implementación potenció la vulnerabilidad de quienes entran a México de manera indocumentada. “Ahora los migrantes tienen que transitar rutas más peligrosas por los nuevos retenes. Llegaron a un albergue en Tenosique hermanos centroamericanos que cruzaron pantanos por varios días con los pies descalzos por miedo a ser detenidos y deportados”, me comentó la hermana Leticia Gutiérrez, activista con amplio conocimiento del terreno.
            Washington quiere recorrer su frontera del Río Bravo al Usumacinta. En Los Pinos son complacientes con el vecino del norte, pero implacables con los del sur. La respuesta del gobierno mexicano al desplazamiento forzado por violencia criminal en Centroamérica es la deportación sistemática. Ante la crisis humanitaria que vive la región esto es irresponsable, pues se envía a los jóvenes de nuevo a la muerte. La oficina regional del ACNUR para Centroamérica reconoció en un comunicado del 30 de enero del 2015 asesinatos de jóvenes hondureños recién deportados que habían huido por el ambiente generalizado de violencia en sus barrios. El peligro es real, pero para quienes deportan no existe.

            Sellar las fronteras y deportar son soluciones erradas a la crisis humanitaria en el Triángulo del Norte. En La Casa Blanca y en Los Pinos no entienden, o no quieren reconocer, que una causa fundamental de este fenómeno es el poderío y persistencia de la economía política criminal asentada en la región. La interacción de los cárteles de la droga mexicanos, las pandillas centroamericanas y las disfuncionales instituciones de seguridad y justicia en Honduras, Guatemala, El Salvador y México se añaden a la pobreza y desigualdad endémicas para crear un explosivo coctel social. Cualquier solución que no ataque de fondo estas realidades perpetúa la crisis humanitaria y desampara a miles de seres humanos que siguen huyendo de este terrible flagelo.