jueves, 2 de julio de 2009

MÉXICO: A 9 años de la alternancia, Estado-nación sin rumbo


Hace nueve años los que para ese momento ya teníamos uso de razón política vimos la alternancia en el poder como el evento capital en el desarrollo histórico del México contemporáneo. Estábamos transitando de una etapa histórica a otra. Atestiguábamos el devenir de los tiempos en carne propia. Fuimos fieles observadores de la cesión del poder sin violencia de una clase política a otra en el marco de un Estado consolidado; hecho sin precedentes en la historia de México pues los cambios de este tipo siempre se habían dado mediante la violencia. En suma, parecía que México abría un nuevo capítulo en su historia, que la nación por fin había logrado alcanzar los beneficios de la democracia al haberse cumplido la voluntad de una mayoría de votantes. México estaba envuelto en un fervor sin precedentes; sólo este ambiente puede explicar el hecho de que ilustres hombres como Porfirio Muñoz Ledo, hayan dado su espaldarazo al candidato opositor del régimen supuestamente emanado de la Revolución mexicana.

Sin embargo, la desilusión paulatinamente fue permeando la atmosfera social al encontrarnos ante la situación de que el nuevo grupo en el poder no hacía los cambios que eran necesarios en aras de enmendar el cadavérico Estado mexicano emanado de la Revolución y cuya principal institución nació simbólicamente en 1929 con el famoso discurso de Calles. En este punto cabe hacerse una pregunta ¿Era realmente esa era la tarea histórica del nuevo régimen?¿Resucitar el Estado convaleciente que hubo de recibir sus últimas graves heridas con los sexenios tecnócratas de Salinas y Zedillo? Definitivamente que no. Su tarea no era resucitar un Estado convaleciente, era más bien refundarlo, recrearlo, rehacerlo. Era reconciliar uno de sus componentes, aquel que le da vida, aquel que le da su razón de ser, es decir, la población. (Recordar que un Estado básicamente se compone de tres elementos, a saber: territorio, población y gobierno, en este último están agrupadas las instituciones). En pocas palabras, la tarea histórica del nuevo gobierno era renovar el pacto social que había alejado tremendamente a la población de su gobierno. Al hacer esto, el nuevo gobierno coadyuvaría a refundar un Estado mexicano que estuviera acorde con los nuevos tiempos, un Estado fuerte que se pudiera enfrentar a los nuevos retos que la comunidad internacional afrontaba y en última instancia un nuevo Estado que satisficiera las demandas que le exigía una población harta de gobiernos del otrora partido hegemónico nacional.

Yendo a contracorriente histórica, el nuevo gobierno rápidamente se mostró incapaz de acometer semejante empresa. Prontamente, aquellos preocupados por la nación en su conjunto nos dimos cuenta de que el proyecto que era necesario para lograr las complejas transformaciones a escala nacional era inexistente. Caímos en la cuenta de que lo que sí existía era un proyecto de clase dirigido por un ex gerente de Coca Cola Company, representante de intereses corporativos, personaje soez, inculto y por consiguiente carente de conciencia histórica. Un personaje que no sabía la responsabilidad que acababa de adquirir y que si la sabía la hizo a un lado para defender los intereses de la clase política y económica a la que representaba. Al no asumir la responsabilidad que de facto adquirió tras haber sido electo en 2000, así como por haber intervenido directamente en el proceso electoral de 2006, el guanajuatense se convirtió no sólo en un traidor a la democracia, como comúnmente se dice, sino también en un traidor a la patria.

Tras ese ignominioso sexenio llegó el año 2006 y la oportunidad de dar marcha atrás a ese proyecto de clase que en nada se preocupaba por el bienestar del país. De nueva cuenta la nación mexicana se encontraba ante la posibilidad de darle forma a su futuro devenir, el cual apuntaba a ser comandado por un hombre que había nacido en el seno del partido encumbrado en el poder durante 70 años. Un partido que en 1988 se escindió en básicamente dos corrientes: la corriente nacionalista-democrática, que posteriormente fundaría un partido independiente, y la corriente tecnócrata-“modernizadora”, de donde salieron sus dos últimos presidentes, quienes erigieron al neoliberalismo y al libre mercado como sus dioses, causando estragos en décadas de millones de mexicanos.

Entonces, al ver el peligro que corría no para la nación sino para su proyecto de clase, el gobierno de la alternancia se valió de los medios más bajos para detener esa amenaza. Así, la avasalladora maquinaria estatal se abalanzó despiadadamente contra el candidato que presentaba un verdadero proyecto de nación y que prometía cambios sustanciales en las condiciones en las que se encontraba el país. Valiéndose de medios que tanto había criticado al partido encumbrado en el poder durante siete décadas tales como la cooptación sindical y el uso irrestricto de los medios de comunicación para desprestigio de otros candidatos, el nuevo grupo político al mando del gobierno nacional no sólo concretó su traición a la patria y a la democracia, sino también a su propia historia, contraviniendo principios que hombres ilustres como Manuel Gómez Morín habían establecido allá por 1939. Por lo tanto, no será 2000 el año que marcará nuestra futura historia, valga la contradicción, sino el 2006, año en el que la rancia oligarquía nos robo un futuro que podría haber lucido mejor. Sin embargo, el uso de contrafácticos, salvo usados en modelos teóricos demasiado especializados, no es válido para establecer un juicio en cuanto a la realidad presente de una determinada cuestión. Por lo tanto, no especularé con lo que pudo o no pudo haber pasado de haber sido diferente el proceso electoral de 2006.

Ahora bien, a 3 años después de la ilegítima continuidad de la alternancia en el poder la pregunta obligada es ¿hacia dónde va la nación?¿Dónde estamos?¿Se han abordado efectivamente las principales problemáticas que este país enfrenta? Sólo un ingenuo respondería que el gobierno que encabeza este débil Estado, que no fallido, ha hecho las cosas bien. Por ejemplo: dos de los principales problemas que urge resolver es el narcotráfico y el desempleo.

En referencia al primero, es evidente que se está perdiendo la guerra contra el narcotráfico emprendida por el actual gobierno. A esta problemática se le ha enfrentado de manera desastrosa, basta ver las cifras de personas muertas en el marco de esta guerra fallida. Además, grandes zonas de la nación se han militarizado innecesariamente, suscitando violaciones a los derechos humanos de la población civil. En pocas palabras, México es un país violento; somos la nación más sangrienta de Occidente, y no dicho por mí, sino por las cifras oficiales. ¡Vaya vergüenza!

Los que tenemos conocimiento de la problemática histórica del narcotráfico sabemos bien que no podemos culpar a la actual administración por este problema. Evidentemente que no es así. Lo que sí es verdad es que al problema se le ha tratado de resolver de manera ineficaz. Cierto, se han capturado varios líderes, también se han decomisado toneladas de drogas, sin embargo, esto no es suficiente. Las acciones militares tienen que darse en el marco de un proyecto de nación, en el que se contemple el empleo, la educación y la infraestructura como pilares en la lucha contra este pernicioso fenómeno delictivo.

En cuanto al empleo, hace no muchas semanas el jefe del Ejecutivo nacional se vanaglorió por haber creado en lo que va de su sexenio 4,000 nuevos puestos de trabajo. Declaraciones de este tipo significan una burla para la sociedad, cuando debieran ser cientos de miles los nuevos puestos de trabajo que ayuden a combatir fenómenos sociales como el ambulantaje, la prostitución y desde luego la delincuencia de todo tipo.

¿Merecemos este gobierno? ¿Merecemos que la rancia oligarquía mexicana siga dominando la agenda nacional establecida sólo a través de sus intereses? Por supuesto que no. Pero parece ser que la sociedad mexicana se empeña en permitir aquello. La sociedad civil, débil y sosegada por antonomasia, está aletargada, no lucha por salir adelante, está prácticamente empantanada. Preferimos destruir en lugar de construir. Criticar en lugar de analizar y proponer cosas nuevas.

Pero sobre todo, lejos de estar frente a una crisis económica, social y política, vivimos una tremenda crisis de valores. Una crisis de moralidad. Esa es la raíz de todos los problemas. Izamos la bandera del relativismo cultural y la posmodernidad para socavar nuestros valores y tradiciones mediante las cuales fuimos forjados como nación, en un complejo proceso de amalgamamiento de cerca de 300 años. Hemos confundido libertad con libertinaje, perseverancia con avaricia, superación personal con egoísmo; todo lo cual ha conllevado inevitablemente a fomentar y preservar el peor de los males que México a lo largo de toda su historia ha presentado: la corrupción. Corrupción que está presente en todos los niveles, no sólo en el gubernamental, sindical, o burocrático, sino en el más mínimo ámbito de la vida social del mexicano. Vivimos violando la ley. Creemos que por el hecho de que los gobernantes las violen, nosotros podemos hacer lo mismo. Olvidamos que la libertad no radica en hacer lo que queramos, transgrediendo el orden social establecido, sino en fomentar la convivencia social mediante el cumplimiento de la ley, cuya esencia per se es orgullo de la constitución racional del ser humano.

Dada la presente situación de nuestra patria pareciera ser que la sociedad civil quiere reaccionar. No obstante, refleja esta supuesta reacción de manera engañosa; se lanza en contra de la democracia y en franca “rebeldía” se muestra afín al voto nulo. Mas, ¿será legítima esta engañosa reacción? En primera instancia lo es. Tenemos derecho en las urnas a expresar nuestro descontento con todo el sistema político nacional. El gran problema es que no razonaremos ni analizaremos las consecuencias de esta acción. Práctica circunscrita a una clase media aferrada al caduco American way of life, el voto nulo tendrá, valga la redundancia, nulo impacto en el futuro de la nación. Lo único que haremos será apuntalar la cúpula política en el poder, la cual goza de un voto duro de considerables proporciones. Además, no existen mecanismos jurídicos que establezcan que a determinado número de votos anulados, la elección en cuestión pudiera ser invalidada. Esa práctica bien podría funcionar en democracias muy consolidadas, por ejemplo las europeas, (a las cuales les costó siglos y sangre imponerse ante enemigos como el absolutismo, el totalitarismo y el comunismo) pero no en una incipiente como la mexicana.

Develada la ineficacia del voto nulo, entonces surge la pregunta ¿Cuál es la solución para cambiar a este país? Una experiencia democrática puede servir como modelo para la actual situación mexicana. Para esto es necesario puntualizar que la democracia, como comúnmente se piensa, no es solamente la acción de ir depositar nuestro voto en las urnas, sino que representa una cultura política, un modo de vida en sociedad que fomente el pluralismo de todos los sectores de la sociedad y que en determinado momento sectores diferentes se unan para lograr objetivos comunes. El ejemplo histórico es, pues, el mayo francés de 1968, en el cual la mayoría de los sectores de la población se unieron para demandar un cambio en la política nacional francesa. Una serie de protestas, comenzadas por sectores estudiantiles, se extendieron a todos los rincones de la sociedad, desatando una conmoción nacional que en su máximo esplendor contó con 15 millones de manifestantes a lo largo y ancho de la República de Francia. El resultado: un referéndum convocado por el entonces presidente, nada más y nada menos, que Charles de Gaulle, aquel general que luchara contra la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. En dicho referéndum, obligado por la caótica situación en la que se encontraba Francia, la población manifestó su descontento y forzó la dimisión del presidente. Los millones de franceses lograron esto no yendo a anular su voto en las elecciones ordinarias, sino paralizando la nación, haciendo la situación tan incómoda para el aparato estatal que el propio gobierno tuvo que ceder ante las demandas de millones de personas.

Así pues, la propuesta es esa: paralizar la nación, paralizar las instituciones, salir a las calles a manifestarnos pacíficamente sin ningún afán partidista, con una clara conciencia nacional, enarbolando a México como único interés sobre todas las cosas. Organizar a la sociedad civil en grupos de trabajo, en comisiones encabezadas por ciudadanos notables, en las que se propongan cambios sustanciales en todos los rubros de la actividad nacional, tales como agricultura, industria, macroeconomía, política, educación, etc. Proponer dichos cambios ante el Congreso, con un sólido y numeroso apoyo ciudadano. Y en última instancia, exigir para 2010 la convocatoria para el establecimiento de un Congreso Constituyente en el que se redacte una nueva constitución acorde a la realidad actual nacional, celebrando así nuestras fiestas de Centenario y Bicentenario. ¿O hay alguna otra forma de celebrar estos episodios de la historia nacional que honrando la memoria de aquellos que dieron sus vidas para el forjamiento de una mejor patria mediante la refundación del Estado mexicano y la construcción de un nuevo episodio en nuestra historia?

¡Oh nación mexicana! Fuiste fruto de la conjunción de las dos magnas culturas que se encontraron frente a frente en el siglo XVI. Por un lado la cultura española, máxima representante en su tiempo de la civilización occidental, y por el otro, la cultura mexica, esplendorosa representante de la magna civilización mesoamericana. Ahora ve dónde te encuentras: secuestrada por una sociedad aletargada e inconsciente, por una clase política putrefacta, y por una rancia oligarquía.

La historia no es pasado muerto, sino presente vivo que nos incita a luchar por un mejor México. Como dijo Cicerón hace más de 20 siglos, “la historia es testigo de los tiempos, luz de la verdad, vida de la memoria, maestra de la vida, mensajera de la antigüedad”. No seamos irresponsables con ella y construyamos una mejor nación. ¡Busquemos un nuevo pacto social!¡Refundemos el Estado!¡Salvemos México!