I
Estimados amigos
La lucha por los
derechos políticos en todo el mundo ha sido una verdadera odisea, con toda la
carga griega del término. Un viaje lleno de peripecias, de victorias en contra
de abusos al parecer eternizados, de distintos caminos tomados a través de la
aparición de ideologías, como el liberalismo y el socialismo, que aunque
diversas entre sí, vieron en la participación política a través del voto una
condición indispensable para construir sociedades más iguales, más dinámicas,
pero sobre todo, más justas.
Votar no siempre ha sido una garantía tan fácil
y normal como en la actualidad. La humanidad ha luchado infatigablemente para
obtener este derecho y obligación simultáneas. Así fue de manera particular con
aquellos grupos no privilegiados por el poder como las mujeres, las minorías
étnicas y sobre todo los desposeídos, los pobres. Recordemos cómo para el
liberalismo clásico decimonónico votar sólo podía ser una prerrogativa de los
propietarios. Sólo así, de acuerdo a la teoría política lockeana, se podía
construir un Estado capaz de garantizar el dinamismo económico y la estabilidad
política necesarias para crear un mercado óptimo. Asimismo, recordemos cómo a
raíz de la división del trabajo a partir de la era monolítica la mujer fue
disminuida a mera garante del orden familiar, sin ninguna posibilidad de
participar en la toma de decisiones sobre asuntos públicos. Ni si quiera la
intromisión inmediata al ámbito social de revoluciones como la francesa, la
mexicana, la rusa y la china, por decir las más importantes, supieron
entronizar a la universalidad del género humano como agente de cambio en la
política estatal.
Sin embargo, los frutos de luchas sociales
perseverantes como las de José María Morelos, Martín Luther King, Nelson
Mandela, por señalar los casos más emblemáticos y guardando sus respectivas
proporciones, modificaron estructuras mentales a través del trabajo
perseverante, la resistencia civil audaz y en algunos casos el uso de la
violencia focalizada. Muestra de ello es que los conceptos cambian a través del
transcurrir de los años. En la actualidad la impronta liberal clásica ha mutado
de manera sorprendente: cualquier individuo enemigo del sufragio universal, es etiquetado
como conservador recalcitrante, hijo del medioevo o amigo del Ku Kluk Klan. Por
consiguiente, la paulatina obtención del sufragio universal en la mayoría de
los países del orbe fue una victoria contundente en contra del conservadurismo,
el tradicionalismo, el tribalismo y todas las formas culturales conducentes a
perpetuar la repartición del poder a un sector privilegiado, como los clanes,
señores feudales, jerarquías eclesiásticas, casas reales, propietarios dueños
del capital y burocracias corporativas como en el fascismo, el nazismo, el
socialismo real y autoritarismos del tipo dictatorial como en América Latina,
Asia y África.
Votar no es pues ningún asunto menor.
Representa uno de los pilares básicos sobre los que se crea el Estado. Es el
mecanismo más inmediato que tiene la población para reemplazar a una clase
dirigente en el poder. Legitima el orden político gobernante y, por lo tanto,
responsabiliza así a la ciudadanía de procurar el establecimiento de una
sociedad en la que la madurez de la democracia política pueda corresponder a
las aspiraciones colectivas en materia de justicia social. Por consiguiente, el
abstencionismo consciente es el acto más aberrante que pueda existir en el
ámbito político. Ciertamente la ciudadanía tiene el derecho de manifestar su
oposición a cualquier tipo de régimen. Pero en las sociedades democráticas de
corte liberal abstenerse resulta ser una posición de comodidad , de
intransigencia y sobre todo de irresponsabilidad cívica.
Existe una máxima muy importante aplicable para
todos aquellos creyentes en el abstencionismo: “a los actores políticos se debe
juzgar por las consecuencias de sus actos, no por sus intenciones”. La
intención del que se abstiene es manifestarse en contra de la totalidad de un
sistema injusto. Por legítima desde el ámbito moral que ésta sea, la
consecuencia de su acto es, sin embargo, perpetuarlo debido a la efectividad de
la decisión que resulta del voto, consciente o no, efectuado por la población
activa.
II
A partir de 1988
la temporada electoral en México se ha manifestado como una época en la que la
ciudadanía tiene la posibilidad de modificar la clase que nos gobierna. Se hizo
evidente tras la controvertida elección de ese año que la voluntad popular SÍ
podía hacer temblar a los hombres que tejen los hilos del poder. La
materialización de este logro tuvo lugar en el año 2000, cuando el candidato
opositor, Vicente Fox, ganó de manera contundente la elección presidencial. La
traición de Fox a la democracia es evidente cuando hace algunos días declaró su
decidido apoyo al candidato del partido que tanto “combatió” en su carrera como
político. Eso resulta tan increíble como haber visto a Lutero dándole la mano
al Papa arrepentido de su rebeldía.
La también controvertida elección de 2006
significó la oportunidad de elegir entre la continuidad de la “transición”, la
oportunidad de pugnar por un proyecto alternativo de nación o regresar al
esquema imperante durante 70 años. Se eligió la primera opción y sus resultados
también son más que obvios. Algunos de sus principales defensores se escudan en
la ficción de la estabilidad macroeconómica para volver a votar por el PAN. Su
argumento es válido, mas no verdadero. La economía mexicana no es justa bajo
ninguna circunstancia. Se mantiene en niveles estables con base en operaciones
complejas que la empatan con la economía global. Está hipotecada ante los
poderes de la especulación financiera y depende en gran medida del capital
internacional.
Adelgazar al Estado es una política necesaria, responsable
y efectiva para dinamizar el mercado interno, crear pequeñas y medianas
empresas en sectores estratégicos y por lo tanto, generar empleos. Sin embargo, la política económica
neoliberal no ha estado acompañada por la efectiva implementación de instituciones,
leyes y políticas públicas que fomenten la competitividad, la innovación y el
dinamismo económico. Más aún, las leyes e instituciones que de manera simbólica
se han creado han estado corroídas por el flagelo lacerante de la corrupción,
el clientelismo y el tráfico de influencias. Funciona en México un “crony
capitalism”, por usar la expresión del Nóbel de Economía Joseph Stiglitz. Es
decir, un capitalismo que fomenta el estancamiento, que se justifica a sí mismo
por mantener niveles tolerables de inflación, pero que, como bien señaló la
CEPAL en su último informe, genera el mayor lastre de pobreza en el continente.
Además, la base macroeconómica que ha posibilitado a México no caer en crisis
tan tremendas como la griega o la española, no fue ni si quiera trabajo del
PAN, sino idea e implementación del PRI neoliberal de Carlos Salinas y Ernesto
Zedillo.
No nos confundamos. Haber sorteado una crisis
de manera pírrica, en ningún momento equivale a señalar que la política
económica ha resultado ser un éxito. Parece ser que a muchos economistas se les
olvida que la economía no es sólo una ciencia o una disciplina compuesta de
variables matemáticas complejas. La economía va más allá. Debe ser ante todo un
pilar sobre el cual erigir una plataforma de desarrollo social. Por lo tanto,
un modelo económico que no privilegie la justicia social es por demás fallido.
Si queremos pruebas basta viajar al “México profundo”, a aquel sector olvidado,
improductivo y erosionado, no sólo por las inclemencias del tiempo, sino sobre
todo por la falta de realismo en la elaboración de las políticas económicas. La
realidad y la experiencia exceden siempre a la teoría y la especulación. Parece
ser que la clase política gobernante no ha entendido nunca esta ecuación.
Fuera del argumento económico no existe motivo
alguno para darle continuidad a una “alternancia” que ha demostrado su
efectividad en generar violencia y su ineptitud para mejorar la calidad de la
educación, combatir la corrupción en todos los niveles procurar un sistema de
impartición de justicia equitativo y luchar activamente por los derechos de
nuestros migrantes en Estados Unidos.
El cambio pues es una necesidad, no un lujo ni
un experimento. A partir de 1988 han comenzando procesos bastante significativos
como el fortalecimiento de la participación ciudadana en las elecciones. No
podemos ser ciegos ante este acontecimiento. Es a través de este medio como
podemos encausar la transformación de México. Valdría la pena preguntarse si no
estamos dispuestos a aceptar este medio de cambio. ¿Preferiremos entonces la
revolución?
III
El Distrito
Federal es el hecho más concreto del poder transformador del voto. A partir de
la primera elección democrática en 1997, la oposición emprendió un proyecto
renovador de la ciudad que ha dejado buenos resultados para la población. Todas
las asignaturas de la administración pública han mostrado un cambio a la antaño
regencia autoritaria desde Los Pinos. Poblaciones vulnerables como personas de
la tercera edad, estudiantes de colonias marginales por decir algunos, tienen
más acceso a servicios, son consideradas en programas sociales y por lo tanto
tienen más oportunidades de mejorar su calidad de vida. Asimismo, los niveles
de inseguridad han disminuido de manera importante. A pesar de su tamaño
demográfico, la capital no tiene niveles de inseguridad como Culiacán, Nuevo
Laredo, Torreón, ni que decir de Juárez. Asimismo, el transporte público se ha
ido renovando paulatinamente. El apoyo a la cultura ha sido inusitado. Actualmente
la Ciudad de México es el corazón cultural de Iberoamérica.
El gobierno ha utilizado a la iniciativa
privada para propulsar sus iniciativas. ¿Ha sido populismo? Por supuesto que
no. Vayamos de nuevo a los conceptos pues el populismo en filosofía política se
caracteriza por ser la ideología puesta en servicio de la satisfacción de las
necesidades políticas de las masas con tal de perpetuar una burocracia
corporativa en el poder en contra de los intereses privados. En la ciudad de
México se ha ratificado democráticamente al proyecto comenzado por Cuauhtémoc
Cárdenas, la iniciativa privada ha sido pivote del desarrollo y la clase media
ha vuelto a decir SÍ cada seis años. ¿Por qué no llevar este esquema al plano
nacional?¿Por qué no votar por Andrés Manuel López Obrador?¿Por qué tenerle
miedo al cambio?¿Por qué seguir viviendo atados a las cadenas del prejuicio y
la desinformación?¿No nos dice nada la campaña de desprestigio emprendida por
el aparato multimedia de este país contra el tabasqueño desde su gestión en la
capital?
Considero que no estamos en momentos fáciles de
la vida nacional. Necesitamos cambiar. Aspirar a un México mejor. Ciertamente
el cambio no lo trae un solo individuo. Es evidente que la transformación
radical de una sociedad requiere del arduo trabajo de cada uno de sus
integrantes. De la dedicación constante y perseverante de todos los individuos
que forman su engranaje. Sin embargo, también es cierto que se necesitan
hombres adecuados que sepan encausar la fuerza productora de cada persona. Que
sepan poner en alto los intereses de la población por encima de las cúpulas
económicas, corporativas y políticas. Yo les pregunto si lo ha hecho el PRI y
el PAN a nivel federal. Es evidente que no.
Anular el voto es una expresión legítima y legal,
pero ante todo es una decisión cómoda y poco audaz. Todo cambio en la vida de
las personas requiere audacia, coraje y esperanza. Valoremos pues el arduo
camino que han recorrido nuestros antepasados en la obtención del sufragio
universal y rindamos tributo a la lucha de la humanidad ejerciendo este
derecho. Informémonos también de cómo han sido verdaderamente las cosas en la
historia reciente de este país y sabremos que el PRI y el PAN han abusado del
poder en beneficio propio. Dejemos de creer en prejuicios y asumamos nuestra
responsabilidad ciudadana en beneficio de toda la nación. Otro México es
posible y lo mejor de todo es que está en nuestras manos comenzar a cambiarlo.
Ciertamente la democracia no es la panacea para
cumplir el fin de una sociedad justa, pero sí uno de sus principales medios. Es
increíble tomar conciencia de cómo a través de nuestra voluntad y acción
podemos coadyuvar al establecimiento de un mejor gobierno. Vale la pena
intentarlo. Ya lo hicimos en el año 2000 y fracasamos. No veo por qué debamos
de abstenernos de apostar por un cambio otra vez. Es nuestra responsabilidad
como personas privilegiadas en la educación. Debemos de aprovechar esa
sabiduría pues como dijo el sabio griego Epícteto hace miles de años, “el
hombre sabio no debe abstenerse de participar en el gobierno del Estado, pues
es un delito renunciar a ser útil a los necesitados y una cobardía ceder el
paso a los indignos”.
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